“La anécdota es lo que viste a una novela”
Para poder leer su novela hemos tenido que esperar casi cuatro años. De ese tiempo, ha empleado uno en leer y documentarse, -aunque ahora tiene un documentalista que le facilita el trabajo-, sobre el periodo que iba a escribir, pero también ha tenido que recordar muchas anécdotas de su familia. Por eso, afirma que “la anécdota es lo que viste a una novela”. Y ha empleado tres años más en escribir en jornadas de unas cinco horas, preferentemente, vespertinas e, incluso, noctámbulas. Descansando los fines de semana y una quincena durante el verano. Para una persona ya octogenaria tiene un gran mérito y más si, como nos cuenta, empezó a escribir una vez jubilado como empresario artístico, hace 25 años, desafiando a un reto que le lanzó su mujer.
“La ley de los justos” es una novela que supera las 1.100 páginas, una novela coral con muchas tramas que enganchan al lector. “No hay novelas largas ni cortas, hay novelas que interesan o aburren al lector”, afirma en tono sosegado pero convencido. Sus novelas suelen ser largas pero las tramas son tan interesantes que el lector no puede dejar de leerlas. “Utilizo diversos trucos para saber dónde dejo a un determinado personaje. Uno es que les pongo nombres basados en personas que conozco”, nos desvela este autor afable, de una cercanía desbordante.
“Cada uno escribe como le gusta leer. Yo soy lector de cama, por eso mis capítulos suelen ser cortos, para que el lector los acabe y no se quede a medias de uno de ellos”, dice con un sonrisa en los labios. Pero también los deja intrigados porque salta de una trama a otra jugando con el interés del lector.
Sus últimas novelas tienen el marco de Barcelona. Con Te daré la tierra y Mar de fuego nos contó cómo era en el siglo XI. “La única ciudad que había en España” y con La ley de los justos nos adentramos en su ciudad a finales del siglo XIX, justo desde la Exposición Universal hasta la pérdida de nuestras últimas colonias. Un tiempo muy interesante y que él conoce muy bien. “Los Ripoll viven en la calle Valencia, 213, en el mismo sitio donde yo viví varios años y que construyó mi abuelo”, recuerda. En esos años el paro asoló Barcelona. Al terminar la exposición, 3000 trabajadores perdieron su empleo, las fábricas textiles comenzaron a incorporar los telares, lo que supone que un trabajador hiciese el trabajo que anteriormente hacían cuatro. Si a eso sumamos el carácter paternalista de los empresarios, el caldo de cultivo estaba preparado, y lo que lo provocó fue la aparición de anarquistas como Errico Malatesta.
Cuando empezó a escribir la novela tenía como idea principal escribir una historia sobre el amor de una pareja de diferentes clases sociales; tenía claro el escenario pero los protagonistas sufrieron cambios. “Los personajes viven su vida. A veces un secundario coge cuerpo y se pone importante y se niega a irse convirtiéndose en principal, es aquí donde el autor ha de resolver las tramas y decidir si darle más entidad”, refiere.
Chufo Llòrens se define como “una persona muy fanática de lo coherente” y, cree a pies juntillas en el esquema tradicional de la novela: planteamiento, nudo y desenlace. El nudo ha de atrapar al lector y el desenlace ha de ser coherente pero sorpresivo”, revela sin asomo de dudas. Lo que no soporta son los libros donde la coherencia y credibilidad brillan por su ausencia y tampoco soporta a los autores de novela negra escandinava.
En La ley de los justos mezcla personajes históricos con personajes ficticios. En los personajes históricos busca las facetas menos conocidas de ellos. Por ejemplo, al poeta mosén Cito Verdaguer le describe cuando es suspendido “a divinis” y no podía decir misas. La historia de la Cubade antes de la independencia también la retrata con rigor y reconoce que “estuvo en las manos de los políticos atajar el problema dándoles voz en el Congreso de los Diputados pero no lo hicieron y eso que había una facción muy importante de cubanos pro españoles”.
Nuestros dirigentes no supieron atajar el problema como tampoco lo hicieron en la Edad Media. “Un amigo mío siempre me dice que el mayor error de España fue echar a los judíos. Eran los más preparados del reino y nos quedamos sin su inteligencia. “Las personas que saben y cultas son las que marcan la dirección de las generaciones futuras”, apostilla. También cuenta que en la Hispania romana, la provincia Bética suministró a los mejores pensadores a Roma como Séneca, Lucano, Quintiliano, etc. Y grandes emperadores como Trajano o Adriano, sin embargo, la Tarraconensis sólo dio a Poncio Pilatos. “En aquella época las familias del norte mandaban a sus hijos al sur, por eso creo que el clima condiciona a los países”, señala.
Reconoce su devoción por William Shakespeare, los clásico rusos, Stendhal, Dumas y Margaret Mitchell. “Todo está ya escrito, sobre el amor, sobre los celos, etc. Lo que tenemos que hacer es cambiar los condimentos”, asevera. Pero siempre y cuando no se engañe al lector, de ahí que abogue por respetar la historia, aunque opina que “una novela histórica, lo primero es novela, es decir, ficción y luego histórica”, señala el autor aficionado a la historia, pero también al thriller.
Para finalizar, nos avanza que una productora ha comprado los derechos de dos de sus libros para hacer una serie de televisión internacional y es algo lógico porque sus novelas son muy visuales pero, también, muy descriptivas y realistas y tratan épocas históricas de indudable interés, por eso no comprende que su novela favorita “La saga de los malditos” haya pasado tan desapercibida. “Para mí es la mejor, pero la publiqué en una editorial que estaba sufriendo muchos cambios y eso la perjudicó”, finaliza. “La ley de los justos” es una novela coral, desbordante de intrigas y tramas y con personajes excesivos, buenos o malos, que llegan al alma del lector.