Definición del crítico Guillermo Tangelson: “Samanta Schweblin te clava una uña en el ojo desde la primera página y se ensaña contigo hasta la última”. Habla de la nouvelle “Distancia de rescate”, publicada a mediados del año pasado en la Argentina y ahora difundida en España.
El colega tiene razón: “Distancia de rescate” ahoga al lector desde casi el mismo comienzo de una historia contada por dos voces distintas y ausencia absoluta del narrador omnisciente, y no le da respiro hasta las líneas finales, cuando se toma conciencia de que una nueva clase de peste se ha instalado en forma definitiva. Y que se encuentra a punto de explotar.
Considerada una sólida nueva voz en la cuentística argentina por sus libros anteriores (“El núcleo del disturbio” y “Pájaros en la boca”), Schweblin –actualmente becada en Berlín- se ha resistido a dejar el cuento para ir “detrás” de la novela, como le han pedido (¿reclamado?) no pocos editores. Digamos que con “Distancia de rescate” no ha quebrantado sus propósitos, porque desde cierta perspectiva se podría tomar a la ficción como un cuento extendido.
Claro, este relato no podía narrarse en unas apretadas líneas sino que reclamaba un mayor espacio que el que suele dedicarse al cuento, pero no se aleja del todo del género dado que, aunque compleja, la narración tiene escasos personajes y no se desperdiga en diversas historias. El “núcleo duro” de la ficción refiere a las vacaciones que toma Amanda con su pequeña hija Nina en algún lugar del extenso campo argentino, donde se imponen los sembradíos de soja, el grano que exportado a China e India “salvó” al país austral en los comienzos del siglo actual, cuando se encontraba en medio de una profunda crisis económica, política y social. La “salvación” se debió a los altos precios que comenzaron a pagarse por ese cultivo en el mercado mundial.
En el lugar de descanso, Amanda conoce a Carla, madre del pequeño David, una mujer mayor y bella que carga con una historia terrible, que un poco más tarde contará a la visitante. Y ese secreto es el que cambiará el sentido del relato, lo “teñirá” de un horror que se instalará con fuerza y que crecerá, como un río incontenible.
De ahí en más la tranquilidad que rodea a Amanda irá derrumbándose y que se pondrá en jaque la relación obsesiva que Amanda mantiene con su hija. Distancia de rescate: “Necesito medir el peligro, sin esta medición es difícil calcular la distancia de rescate”, dice. Se refiere a la necesidad que siente de saber que, llegado el caso, podrá salvar del peligro a Nina, cualquiera sea ese riesgo. Dicha “distancia” la obsesiona: “Me paso la mitad del día calculándola, aunque siempre arriesgo más de lo que debería”.
Esa distancia tan particular es que la intenta sostener durante su estada en el campo, en apariencia abúlico, pero en e l que sin embargo “late” el horror, del que toma conocimiento a partir de lo que le relata Carla en relación a su pequeño hijo David, a lo que ocurrió con él no bien tomó agua envenenada en una laguna cercana. Y a lo que debió apelar, in extremis, para tratar de salvar su vida.
La apelación tiene que ver con la propuesta en apariencia desquiciada que le hace una curandera o “manosanta” del lugar, para salvar a David, oferta que entronca con el misticismo y la transmigración de almas, por lo que es el propio verosímil de la historia el que peligra, pero la autora lo conjura porque si bien lo fantástico se hace presente, logra que la trama se mantenga en una ponderable zona de ambigüedad.
Procediendo de esa manera, Schweblin ha sido fiel a lo que alguna vez expresara: “Para mí el verosímil es fundamental. Me importa mucho partir de una historia casi totalmente realista, pero que lo que suceda en el medio puede ser un poco sobrenatural. La idea es que eso se produzca por un corrimiento pequeño de la realidad, como un detalle. El resultado es monstruoso, pero en realidad la anomalía es mínima”.
Esas declaraciones las hizo varias años ago, pero parecería estar hablando de “Distancia de rescate”, por lo que-como dijimos- cabe reconocerle lealtad a sus premisas estéticas. En cuanto a la forma narrativa elegida, se aclaró al principio que Schweblin optó por el diálogo entre dos personajes. Uno de ellos, que se limita a tener breves intervenciones, es David, y la que va contando la historia/experiencia límite vivida en el campo es Amanda. Fantasmal, o recordando la voz propia de un psicoanalista, David va “guiando” a la mujer, que está muy enferma, haciendo que se detenga en lo que él considera importante, mientras ella reconstruye lo que le ha ocurrido, situación que no cabe explicar pero que le ha hecho soportar situaciones horribles que la han vinculado con la muerte.
No tanto King, sino Lovecraft es quien parece encontrarse “detrás” de las páginas de la novela en la que la soja tiene un sesgado protagonismo. Schweblin ha manifestado que no ha querido escribir un texto de denuncia, o panfletario, pero es ese grano el que esconde al “monstruo” en sus entrañas, aunque las plantaciones de dicho poroto se vean “verdes y brillantes” en la amplitud del campo.
Esto último requiere una explicación que la autora no proporciona al lector, pero que es motivo de controversia en la Argentina: si bien el producto es de comparativamente fácil cultivo y tiene rindes extraordinarios, en cuanto a cantidades y dinero, también es real que es agresivo (daña la tierra) y las plagas lo atacan con frecuencia. Luego hay que acudir a los agroquímicos, concretamente al glifosato, para combatirlas. Los resultados suelen ser buenos para el grano, pero no para las poblaciones cercanas, cuyos habitantes en no pocas oportunidades resultan afectados por diversas enfermedades, a veces muy graves.
a habido muchas presentaciones en el ámbito judicial respecto de este perjuicio, mucho “ruido” político –la controversia con el “campo” ha sido una constante del gobierno argentino actual- pero como la soja genera altos producidos económicos, las controversias se mantienen en pie y los reclamos suelen pasar a un segundo plano, mientras el cultivo no cesa, por el contrario se amplía en la extensa geografía argentina.
Tal el “fantasma”, nunca totalmente explícito, pero muy presente, en esta novela febril, escrita con fuerza y habilidad y que logra transmitir al lector todo el dolor de sus personajes. Y todo el horror que en ella se impone.