No hay definiciones políticas taxativas en “Aquello estaba por ocurrir”, pero se puede afirmar que en gran parte de estos sólidos cuentos se impone la crítica al sistema de vida en Cuba. Los personajes que pueblan estas páginas resultan, también en general, patéticos, ganados por la tristeza y la impotencia. Su autor, Leonardo Padura, los ha definido de otra manera: “Mis personajes son trágicos como (lo es) la realidad cubana”.
Son relatos fincados en el realismo y abarcan un amplio período, dado que el primer cuento data de 1985 y el último fue escrito en 2009. De manera que la “realidad” modificada de Cuba a lo largo de ese tiempo se filtra en estos cuentos que Padura ha elaborado con elementos nobles, vale decir no hay caídsa en lugares comunes, elude el panfleto o la “denuncia” y deja de lado la estridencia. Nos cuenta lo que les ocurre a sus personajes (muchos de ellos evidentes alter-egos del autor) y también cuanto no les ocurre: “algo” les está por suceder, pero…
Por cierto, hay “resonancias” de la narrativa norteamericana (como al pasar, el autor nombra a Hemingway), pero Padura busca y logra tener un decir que le es propio. Y la historia cubana, con sus períodos particulares, su marcada ideología, los cambios de timón dispuestos por el gobierno (dispuesto por los Castro, a los que no se nombra, como apenas si se menciona al Partido Comunista o a las directivas diversas que reciben los habitantes de la isla), incide de manera significativa en las vidas de estos protagonistas y las anécdotas que Padura narra.
A los 30 años (en 1985), el creador del detective Mario Conde participó de la guerra en Angola en la que Cuba se vio involucrada durante una década (1978-1988) y llegó a enviar hasta 80 mil efectivos. Esa guerra, que tanto debe haber incidido en su vida personal, es un disparador de dos de los mejores cuentos de la serie: “Los límites del amor” y, especialmente, “La puerta de Alcalá”.
En esos textos, y en la mayoría de los relatos que conforman el libro, prevalece la espera, la sensación casi metafísica de la espera, como si esperar fuese un rasgo existencial e insoslayable. “Algo” va a ocurrir, debería pasar, pero ello nunca se concreta. Por extensión, por deducción de detective al paso, se podría decir que se trata de la espera de más de cincuenta largos años del cubano medio. Y como ese “algo” no pasa, entonces son muchos los que toman el desgarrador camino del exilio, rumbo a lo desconocido.
Se sabe que Padura, pese a tener nacionalidad española, decidió quedarse en Cuba y no sólo eso, sino seguir residiendo en el barrio natal de Mantilla, en las afueras de La Habana. Y en la misma casa donde nacieron su padre y su abuelo… Esa fidelidad es la que le permite saber de qué habla cuando sus personajes se expresan. Y, de manera especial, cuando callan, cuando es el lector el invitado a deducir (como ocurre con los personajes de otro norteamericano: Raymond Carver). “Me quedé en Cuba para escribir”, comentó en su muy reciente viaje a España realizado para presentar este libro.
Padura ha dicho que ha sopesado largamente, con su mujer, la idea de irse, pero decidió quedarse porque de esa manera no iba a sufrir ni experimentar lo que padecieron diversos connacionales. Alguna vez contó que tomó muy en cuenta lo que fue la vida, más que difícil, de Guillermo Cabrera Infante en el exilio.
Volviendo al libro: sí, callan lo suyo los personajes de Padura. Le ocurre al borracho de “Nochebuena con nieve”, porque a nadie puede contar cuanto le ocurrió con su ex cuñada en una erótica e increíble, y única, noche de Navidad y cómo extraña aquello. Y cómo la extraña, una extrañeza imposible de superar porque al día siguiente de aquel encuentro la mujer buscó refugio en Miami…
Le ocurre a Alcides en “La puerta de Alcalá”, quien necesita, subrayado, ver en Madrid una muestra única que se exhibe en El Prado del genio de Velázquez para lo cual consigue una autorización especial, de escasas horas, mientras quien le autoriza el viaje (debe trasladarse de Angola a Cuba), teme que lo traicione y deserte no bien pise tierra española. Pero en Madrid le ocurre otra cosa, un encuentro que resulta al mismo tiempo esclarecedor, liberador aunque también desgarrador. La historia, con situaciones y escenarios cambiantes, extensa, resultó para mí lo más atractivo del libro.
El lector del presente comentario sabrá disculpar que no me detenga en los trece relatos que componen el libro, cada uno de ellos digno de atención y análisis, pero sí puede hablarse de la “suma” de todos ellos, que termina siendo un panorama amplio del “alma” cubana.
No obstante lo anterior, cerramos esta nota haciendo referencia a “Mirando al sol”, en el que Padura despliega, de nuevo, su sabiduría de escritor. Durante varias páginas cuenta la historia de unos marginales que sólo piensan en y viven para el sexo, el alcohol, la droga y las trapacerías. Son vagos y pusilánimes y como tales se comportan. Sólo les importa el ahora, el placer inmediato, obtenido a como dé lugar. No tardarán en meterse en problemas, de los que salen (como es de esperar) de la peor manera. Y “resolverán” la situación cavando más en el pozo de sus equívocos. Será en esas páginas finales, brillantes y desoladoras, donde el cuento encontrará su explicación. Y Padura nos habrá dado otra “lección” de buena, inolvidable, escritura.
No es Alcide si no Maudicio en ” La puerta de Alcalá” quien va a Madrid y desea ver la ecposicion de Velázquez. Alcide queda en Angola aún cumpliendo lo que le resta de misión.