Ludvik, joven y eufórico, le envía una postal a Marketa: “¡El optimismo es el opio del pueblo! El espíritu sano hiede a idiotez. ¡Viva Trotski!”. Ludvik escribió su postal “olvidándose” del lugar en el que vivía. Y el tiempo que le había tocado en suerte. El tiempo era 1949 y el lugar Praga, la capital checa (entonces checoslovaca) en la que regía un cerrado, y cerril, régimen comunista.
Ludvik al poco tiempo debió rendir cuenta de lo escrito ante un tribunal estudiantil que le reclamó aclaraciones. Todas las palabras que inocentemente había escrito cobraban otro sentido en ese tribunal inquisitorial, si no kafkiano. A partir de ahí todo fue pérdida.
Ludvik, Marketa, la historia que se cuenta, pertenecen a la novela “La broma”, escrita por el entonces desconocido Milan Kundera cuando tenía 34 años, en 1965. Antes de lograr publicarla debió lidiar contra una censura adocenada y absurda como toda censura, hasta que dos años más tarde, en 1967, es decir un año antes de la luctuosa invasión soviética, logró editarla. Y fue un éxito clamoroso en su país, tanto que en tres impresiones sucesivas lograron venderse más de 120 mil ejemplares.
“Un año después –contaría mucho más tarde el autor- la invasión soviética lo trastocó todo. ‘La broma’ fue cubierta de acusaciones injuriosas como resultado de una larga campaña de prensa, fue prohibida –al igual que mis otros libros- y fue retirada de las bibliotecas públicas”.
Sin embargo una copia clandestina logró salir de Praga, recalar en Francia y fue promovida, con generoso prólogo, por Louis Aragon, quien pese a ser comunista ayudaba, a veces sin conocerlos, a escritores que vivían en la Europa Oriental. Kundera destacó ese aporte desinteresado. Y aunque, con traducción muy deficiente, así logró conocerse en Occidente el nombre del prohibido escritor checo.
El exilio interior y lo que vino después
En aquella Checoslovaquia que tanto cambió para mal luego de la invasión soviética, Kundera padeció un verdadero “ostracismo” interno. Con su obra prohibida, desempleado, se transformó en un símil de los leprosos de la Edad Media, al que casi todos rehuían. Hasta que llegó el momento en que pudo salir de esa asfixia y radicarse en París en 1975 (sin saber casi nada de francés).
Lo que vino después fue la explosión que produjo su obra, tan original, y Kundera se transformó en una de las voces más reclamadas en la década de 1980, especialmente después que diera a conocer su obra capital, “La insoportable levedad del ser”, novela “filosófica” de 1984 que, se crea o no, se conoció en la actual República Checa sólo en 2006, por suerte con notable éxito.
En el período “checoslovaco” y a través de varios de sus ficciones, Kundera reivindicó al individuo nacido en lo que ha llamado los Tiempos Modernos, devenidos con y a partir de la Revolución Francesa. Irónico, mordaz, crítico del sistema de vida imperante entonces, trabajando con el absurdo, sin olvidarse ni en un solo momento del amor. Siempre escéptico, escribió sus mejores textos: los cuentos de “Los amores ridículos” y las novelas “La vida está en otra parte” y “El vals del adiós (La despedida)”.
Estos trabajos se conocieron masivamente después de su exilio y a algunos de ellos los concluyó en Francia, como ocurriera con “La insoportable levedad del ser” y con un texto anterior, “El libro de la risa y el olvido”. Desde 1988 comenzó a publicar en francés, pero su obra resultó comparativamente menor y ha ido menguando en los últimos años.
La novela hoy recuperada
La revisión que ha hecho el traductor Fernando de Valenzuela de su propia traducción es tan minuciosa que llega al punto de realizar cambios mínimos, tales como “Trotski” en vez de “Trotsky” o “cabalgata de los reyes” en vez de “Cabalgata de los Reyes”. Esto, aunque parezca exageración, revela un respeto escrupuloso al original, y al autor, algo que debe ponderarse porque aunque de ese modo deberían trabajar los traductores no es lo que más abunda, hoy por hoy.
“Una broma extraviada en un mundo que ha perdido el sentido del humor”, aguda definición de lo que es esta novela erótica, con un Ludvik que va de tropiezo en tropiezo luego de la torpe, o en todo caso inconveniente, postal enviada a Marketa y que más tarde quedará atrapado entre otros amores, el de la tierna Lucie y el de la apasionada Helena, esposa de uno de sus enemigos, a través de la cual intentará vengarse pasados varios años de su “destitución” y comienzo de su ostracismo.
Sexo, política, costumbres ancestrales, ideología, nacionalismo extremo, risas, temores, sensualidad, grotesco, ese es el cóctel que constituye “La broma”, escrita con variedad de voces y personajes y por lo tanto con cambios de perspectivas que enriquecen el texto.
Para entender un poco más el “espíritu” que animaba a Kundera en aquellos años, vale rescatar conceptos del autor en una entrevista que le hiciera Olga Carlisle, de The New York Times Magazine, en 1985: “La vida, cuando uno no puede recatarla (recatarla: no volverla indiscreta) a los ojos de los demás es como un infierno. Los que han vivido en regímenes totalitarios lo saben, pero esos sistemas sólo ponen de manifiesto, como una lente de aumento, las tendencias de la sociedad moderna, en general. La devastación de la naturaleza, la declinación del pensamiento y del arte, la burocratización, la despersonalización, la falta de respeto a la vida personal. Sin intimidad, nada es posible… Ni el amor, ni la amistad”.
Kundera siempre nos ha obligado a pensar, a ser críticos, a ser disconformes. Bien vale que se haya rescatado “La broma”, para así permitirnos volver a visitar su mundo, tan rico y complejo. Tan infrecuente en nuestros días.
Muy buen comentario de la obra de Kundera, estimado Carlos Roberto Morán.
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