Terrible alegato contra la obsesión de la eterna juventud y belleza física, esta novela corta, está escrita por una mujer que destila un gran odio hacia ese tipo femenino que vive para ser adorada, deseada, amada e idolatrada por los hombres, …y odiada por el resto de las mujeres.
La novela, a modo de introducción, describe un juicio por asesinato/homicidio. La riquísima, bella y madura Gladys Eysenach es acusada de matar a un joven amante, Bernard Martin, muerte que ella admite, aunque no que fueran amantes. Van turnándose los testigos en el interrogatorio, y por las preguntas y respuestas concluimos que se trata de una mujer con mucho mundo, casada un par de veces, admirada por los hombres, pero que arrastra hechos penosos en su vida, como una niñez desgraciada, la muerte de su única hija, y una vida errante y vacía. Un carrusel de amantes de todas las edades le proporciona una pésima fama de “devoradora de hombres”, pese a ser una mujer libre, que incluso ha rechazado las proposiciones de matrimonio de su último amante, el conde Monti.
Comienza propiamente la novela tras esta introducción, y la autora pasa a narrar la vida de la señora Eysenbach, desde su más tierna juventud hasta el momento del disparo letal. Y así, desde un primer momento, Gladys es descrita como una mujer dominada por una obsesión: mantener su juventud eternamente y ser admirada y amada por ello. Su necesidad de ser amada devotamente es superior a su inclinación a amar. Es, claramente un caso de neurosis patológica lo que la autora nos presenta aquí. Toda la vida de Gladys se desarrolla en función de conseguir este objetivo: permanecer joven y bella, ser un objeto de deseo permanente. Afortunadamente no le falta el dinero y se puede permitir una vida regalada, sus sucesivos maridos la miman, sus amantes la adoran, …
Pero el tiempo es implacable, y a pesar de los constantes cuidados físicos y el derroche de ropas, joyas, sonrisas y peinados, los años pasan y Gladys envejece. Y sobre todo, se da cuenta de ese envejecimiento al comprobar en los demás el paso del tiempo, ya que en ella misma consigue ocultarlo con bastante éxito. Concretamente, lo que perturba e inquieta terriblemente a Gladys es que su hija, Marie-Therese, de una niñita adorable se ha convertido en una mujercita encantadora, y aunque la sigue considerando como una niña, llega el día en que le recuerda que tiene dieciocho años y que está enamorada. Esta declaración cae como una losa sobre los hombros de Gladys, que hace lo imposible para retrasar lo inevitable. Pero lo inevitable llega y pasa. Y también llega la guerra europea, y los hombres se van y mueren en ella. Gladys y su hija se ven inmersas en una vorágine que las destrozará. Marie-Therese morirá y Gladys tendrá que tomar una terrible decisión.
Y el tiempo sigue pasando. Gladys consigue aparentar diez, quizá quince años menos, pero ya no atrae a los hombres del mismo modo: les atrae su dinero y su posición social. Asustada, aterrorizada ante los cambios que nota en sí, se lanza a una huida hacia delante, buscando la juventud en los nuevos amantes, siempre más jóvenes que ella. Negando siempre su edad, autoengañándose, finalmente conoce al joven Bernard, y aquí comienza su calvario. Como la Jezabel bíblica, no duda en recurrir a la muerte de otros para mantener viva su obsesión.
La novela exuda ocultos sentimientos autobiográficos de la autora contra el recuerdo de su propia madre, que la ignoró en su infancia y generó en ella un profundo odio y a la vez una frustrada necesidad de amor maternal. Trata al personaje central de un modo nada compasivo, en realidad la presenta como un monstruo cruel y despótico, pero eso sí, rebosante de belleza y atracción sensual. Es una disección brutal, en el que si bien hace comprender al lector los mecanismos mentales de esa mujer, no los justifica en absoluto y además, atrae su castigo final.