Hace un par de años Rachel Joyce sorprendió a crítica y público con El insólito peregrinaje de Harold Fry. Una obra que partiendo de un supuesto casi absurdo llevaba implícita el germen que determina si una persona es feliz o no. Más aún señalaba el papel que tenemos en la felicidad o más bien en la infelicidad de quienes más cerca tenemos. Con idénticos planteamientos y estructura semejante se nos presenta su nueva obra El año que duró dos segundos. Sin embargo en lo que más se parecen una y otra es en su calidad, sencillez de lectura y en ese puntito de reflexión al que nos mueven las dos.
En su obra anterior Harold Fry recibía una carta de la enfermera que cuidaba a su antigua amiga Queenie Hennessy y sentía la necesidad de darle las gracias. Sin proponérselo realmente, cuando se dirige hacia el buzón para enviar su carta de ánimo, comienza a caminar y caminar desde su casa la gran distancia kilométrica que le separa de Queenie. Las reflexiones de su voz y de la su mujer iban alternándose durante el largo camino demostrando esa felicidad o infelicidad a la que nos condenamos unos a otros.
El año que duró dos segundos (simplemente Perfect en el original) parte también de una anécdota para sonreír: el ajuste de dos segundos que se hizo en 1972 para compensar las variaciones del giro de la tierra. Byron Hemmings tiene once años y su madre lo lleva en su lujoso Jaguar a Winston House, una escuela privada para niños de familias pudientes. Su compañero, vecino y amigo James es quien le ha hablado del ajuste horario. Pero nadie sabe cuando se llevará cabo. Ese dato perturba tanto a Byron que cuando ve el segundero del Jaguar ir hacia ago cree que todo cambiará. Joyce nos demuestra como un hecho aislado, casi absurdo, puede marcar la vida por completo. Byron, su madre Diana y toda su familia verán corroborado ese dato.
La autora combina la voz del niño Byron con la de otro personaje en el futuro, Jim, combinando 1972 con la actualidad. Esa estructuro crea una mezcla de suspense calmado que va encerrando al lector en un callejón sin salida. Es imposible parar de leerlo hasta el final. Su lectura es muy sencilla, fácil, (la traducción ayuda bastante) y la forma de explicar los sentimientos tanto de Byron, como de su madre y del futuro Jim está perfectamente calibrada para señalar las diferencias personales y temporales.
Una obra maravillosa y agridulce que dejará al lector con la boca abierta al final. Joyce mide todo menos la sensación de sorpresa y gratitud por haber pasado tan buen rato con este año en dos segundos.