Después de leer todas las obras de Vasily Grosmann, Aleksandr Solzhenitsyn, Varlam Shalámov, Der Níster incluso la reciente Sofia Petrovna Una ciudadana ejemplar de Lidia Chukóvskaia sería ilógico que cualquier lector avanzado o crítico literario negara el genocidio de Stalin ante el cual hasta su homólogo nazi incluso palidece. Las cifras hablan por si solas: en tres décadas la vida de entre veinte y treinta millones de personas fue segada. Algo peor, la inmensa mayoría eran ciudadanos soviéticos cuanto menos normales y en muchos casos excepcionales.
Sin embargo, esa manta de silencio opaca que la mayoría del mundo de a pie desconoce, merece ser puesta al descubierto como ejemplo tan terrible de la barbarie en compensación por los miles de títulos que se han ocupado del régimen nazi.
Karl Schlögel pone al descubierto los falsos tejemanejes políticos soviéticos en contra de sus propios y fieles ciudadanos con el fin de exterminarlos sembrando el pánico. Más atroz cuando sólo se basa en un único año 1937 y una única ciudad: Moscú.
Una obra que revienta el corazón por ser cierta, real y atroz. Tan real, cierto y a atroz como el mirar hacia otro lado que la URSS y la actual Rusia y sus ciudadanos siguen manteniendo sobre ese tiempo. Es sorprendente comparar la contienda española de esos mismos años, sobre la que se han escrito mares de tinta, pese a reclamarse todavía la memoria histórica, puesta en paralelo con estos datos que Schlögel nos da, sobre los que nadie susurra siquiera en Moscú. Lógico, bastante tienen con soportar lo que ahora tienen como para mirar hacia ago.
La reeducación estalinista fue tan cruel que el futuro de millones de soviéticos se volatilizó: en un año, se secuestró de sus hogares a dos millones de personas, setecientas mil de ellas desaparecieron, y el resto fue deportado a Siberia y encerradas en campos de concentración y colonias de trabajos forzados, muriendo de frío y desnutrición y comidos por los mosquitos cada primavera.
espués de estas eliminaciones es fácil comprender la derrota soviética ante los finlandeses que alentó a Hitler a invadir la URSS. Cómo pudo retener a los alemanes un pueblo casi sin varones es algo sorprendente pero no por menos terrible. Máquina genocida contra máquina genocida.
Schlögel construye un homenaje a todos los asesinados y desaparecidos de los que ninguna familia moscovita se vio libre. La barbarie siguió en 1938 y así todos los demás años hasta que la muerte “termprana” de Stalin eliminó el culto al líder y permitió a Khrusev -pese a sus zapatazos en la ONU- encargarse de meter miedo a los no soviéticos y no solo a sus compatriotas.
Una lectura que sirve para desenterrar ese silencio, ese terror y ese pánico a hablar siquiera de lo sucedido. Schlögel levanta el velo y solo nos enseña una esquina de la realidad, para eso mil páginas. Imagínense el resto.