En realidad, lo que ha conseguido la autora es trasladar la historia a un territorio intermedio entre el cuento de hadas y el mito. El desplazamiento entre estos dos espacios de ficción viene avalado no solo por el cambio en los destinatarios de la obra, sino, también, por ciertas alteraciones formales y de contenido que, según Bruno Bettelheim en ‘Psicoanálisis de los cuentos de hadas’, permiten el paso de un género al otro. Así ocurre con el uso de nombres propios para los personajes, en lugar de términos que definen roles y permiten al niño repartirlos en su entorno; o al confrontar a la heroína con las estructuras coactivas del sistema establecido, en lugar de hacerlo con sus terrores más profundos. Sin embargo, el tránsito no acaba de completarse al no producirse la sustitución del final feliz del cuento por el trágico del héroe mítico, sino por otro tan solo triste y desencantado, y por eso más humano.
En el análisis que Bettelheim realiza del relato canónico de los Hermanos Grimm, se hace referencia al conflicto edípico latente, a la figura paterna que representa el cazador que abandona a Blancanieves en el bosque, al reducto de paz preadolescente que supone el hogar de los enanos, o al carácter sexual de la manzana envenenada, elementos todos perturbadoramente trastocados por Ana Juan para incidir en el acoso a su protagonista y en su destino de reclusión y soledad, el común de tantas mujeres.
Esencial para crear el ambiente siniestro que persigue la autora son sus ilustraciones en blanco y negro de corte expresionista, un estilo y un acabado también empleados por aquella para acompañar relatos tan inquietantes como el ‘Wakefield’ de Hawthorne o ‘Carmilla’ de Le Fanu. Aquí los personajes, que evocan a algunas de las figuras de Grosz o Kirchner, deambulan por tenebrosos paisajes urbanos de una cualidad próxima a la de las arquitecturas alucinadas y oníricas de Feininger o Meidner. Como oníricas son las imágenes de los altos setos que delimitan el laberinto, y que encontramos también en su trabajo gráfico, más decididamente surrealista, que acompaña el relato ‘Otra vuelta de tuerca’ de Henry James.
Ilustradora reconocida internacionalmente, Ana Juan es responsable, además, de múltiples portadas de la revista ‘The New Yorker’, y de las de numerosos libros de los que adornan escaparates y mesas de novedades; incluso se encargó de la carátula del disco ‘Night Calls’ del tristemente desaparecido Joe Cocker. ‘Snowhite’ fue su primer libro como autora conjunta del texto y las imágenes.