El formato tiene más de tebeo setentero de ciencia-ficción que de novela. El lector se ve de repente rodeado de personajes sacados de un zoo científico mezclado con teorías conspirativas unidas a la amenaza alienígena provocada por la llegada de un mensaje interestelar.
La trama sigue a Billy Twillig, un adolescente genio de las matemáticas galardonado con el Nobel, al que el gobierno transporta a una instalación remota para unirse a un grupo de científicos que intentan descifrar una señal de radio misteriosa recibido de la estrella que da título al libro. La premisa básica de la trama se basa en el descubrimiento de los púlsares (que también fue la base de una novela muy diferente pero también muy interesante de Stanislaw Lem). En realidad es una excusa del autor para exponer todo tipo de ideologías científicas sobre el universo y su origen. DeLillo nos presenta a un gran elenco de personajes extraños que aparecen y desaparecen como por ensalmo a medida que Twillig se va acercando a la resolución del misterio. Sobre todo cuando descubre que el ordenador se alquila a tiempo parcial para un pequeño grupo de científicos que están trabajando en algo muy diferente dentro de las partes más profundas del instalación.
Todo ello se traduce en que los investigadores terminan profundizando en su propio subconsciente, como si la mente pudiera ser representada como una serie de capas geológicas, con la verdad ancestral incrustada en la cueva más profunda. Tanta mezcla resulta algo difícil de seguir, sobre todo porque Delillo, al igual que nos tiene acostumbrado Pynchon, incluye sus digresiones sobre matemáticas avanzadas y astrofísica de su documentación dentro de la propia novela.
Se sabe que David Foster Wallace tenía una copia anotada de esta novela, y aunque su obra no tiene un parecido sorprendente con la DeLillo, con La estrella de Ratner en particular sí. ‘La broma infinita’ con su protagonista igualmente talentoso, los temas generales de la obsesión, la depresión, el materialismo científico, etc. También que ambas tengan una bis cómica en el sentido más amplio y una gran tendencia hacia el diálogo largo, tendido y locamente inteligentemente que se desarrolla en pasajes que mezclan el vocabulario más técnico con el más barriobajero. No estoy sugiriendo que Wallace fuese en ningún sentido un imitador de Delillo, pero fue, sin duda, una gran influencia para él. Sin duda sería un ejercicio interesante leer una obra junto a la otra.