Edward Bunker es otro de esos escritores cuya obra es fruto de su prolongado paso por la cárcel. Como Peter Kocan, el australiano autor de ‘Aires Nuevos’, publicada recientemente por Sajalín, la editorial que se ha encargado de hacernos llegar toda la narrativa de Bunker. Experto en los ambientes de la delincuencia más salvaje, los textos inéditos de ‘Huida del corredor de la muerte’ insisten en una de sus especialidades: el relato carcelario.
‘La justicia de Los Ángeles, 1927’ muestra lo difícil que es detener la maquinaria represiva una vez puesta en marcha, sobre todo si su dinámica está gestionada por un cuerpo de policía dominado por prejuicios raciales. El protagonista es un joven de color que llega a California procedente de Tennessee, de donde se ha marchado con su madre tras producirse un linchamiento a manos del Ku Klux Klan. Confiado en la mayor tolerancia de su nuevo hogar, comete el único error de usar sin permiso uno de los coches del taller donde trabaja. A partir de ahí se sucederán los infortunios que, tras un justificado arranque de violencia, lo conducirán a San Quintín, donde convivirá con los compañeros más encallecidos y los vigilantes más crueles. Bunker transmite a la perfección la sensación opresiva que produce la laberíntica prisión con aspecto de fortaleza medieval, y describe, con los conocimientos derivados su propia experiencia, la rutina de los cinco mil presos que la habitan.
De nuevo en California pero a finales de los sesenta se desarrolla ‘Mía es la venganza’ cuyo protagonista, también de color, se encuentra a la espera de ser juzgado por el asesinato de un guardia de la prisión que disparó contra uno de sus amigos. Conocido por sus inquietudes políticas y sus ideas revolucionarias, llama la atención de un dirigente de los Panteras Negras y de una abogada que se encargará del caso. Los presos aparecen, aquí, como fichas de una partida entre el brutal sistema penitenciario y los luchadores contra la segregación racial.
En el relato que da título a la colección un delincuente reincidente pero aún con escrúpulos se encuentra en marcha, al ingresar en el corredor de la muerte, un plan de evasión liderado por dos antiguos colegas. Invitado a sumarse al grupo tendrá que compartir la fuga con otros asesinos impredecibles, algunos verdaderos psicópatas, otros víctimas de un destino nefasto, pero todos acuciados por la certeza de un final que, aunque pueda retrasarse años, se muestra ineludible. La escritura directa de Bunker consigue, aquí, hacer sentir la ansiedad de unos hombres desesperados moviéndose en un escenario que “tenía una parte surrealista, algo onírico, algo increíble”.
Esa sensación de irrealidad junto a la presencia de unos personajes a veces injustamente condenados y perseguidos, pueden remover en el lector un oculto sedimento de culpa y activar la autocompasión, causas probables de la empatía con los dudosos héroes de aventuras carcelarias. Aunque no es necesario ningún ejercicio de introspección para disfrutar de los textos, desbordantes de adrenalina, de un autor mítico, con el que quiso contar el propio Tarantino para su primer largometraje.