A decir verdad, así a bote pronto, me seducía poco el tema de la nueva novela de Muñoz Molina: ¿James Earl Ray, el asesino de Luther King? ¿Ahora? Pero pronto hube de diluirme la desgana con una cucharada de humildad: parece mentira que a estas alturas servidora siga olvidando que casi nunca se trata del qué –para eso ya están la prensa, los contertulios y los telediarios- sino del cómo. Muñoz Molina es siempre mucho más de lo que apunta, como uno de aquellos estuches de lápices de colores que nos regalaban de niños y que recibíamos con la tibia satisfacción de lo consabido, hasta que averiguábamos que bajo el esperado despliegue de lapiceros se escondía un inesperado segundo piso de escribanía infantil que nos embelesaba más que el primero por lo que tenía de acumulativo y clandestino.
En esta novela Muñoz Molina relata dos historias cuyo nexo común es la ciudad de Lisboa. Una de las historias, narrada en primera persona, recrea las tribulaciones del asesino de Martin Luther King, James Earl Ray durante los diez días en que mantuvo en suspenso la que fuese su vida hasta entonces, acorralado en la capital portuguesa, con la policía en los talones mientras confiaba en poder volar a Angola. Como no podía ser de otra forma, de esta primera historia nos encandila lo menos obvio, lo que no hallaremos en las hemerotecas: el lado más humano –en la acepción básica del adjetivo- del personaje asediado, su necesidad de descollar, de ser alguien aunque sea alzándose por encima de la circundante vileza carcelaria en la que lleva años inmerso, su primario miedo a volar, su inopinado poder de seducción sobre las mujeres, su renuencia a no ser en el mundo más que una “sombra que se va”. Desde estos concretos esquejes nos expandimos en la lectura hacia preguntas universales sobre la identidad: ¿quiénes somos realmente? ¿Es, de verdad, nuestra cara genuina la que mostramos al mundo?
La segunda historia nos parecerá más entrañable a quienes hayamos acompañado como lectores los pasos de Muñoz Molina desde el deslumbrante El invierno en Lisboa que le diese a conocer hace unas décadas y cuyo proceso creativo evoca al hilo del fugitivo Earl Ray y de la embrujadora decadencia de Lisboa. Personalmente es este el registro del ubetense que más me cala, cuestión de sensibilidades, recurrente empatía teniendo en cuenta que leí las últimas líneas de El viento de la luna con un nudo en la garganta. No me hastía ni se me repite el Muñoz Molina que se indaga como persona y como escritor, que se repiensa en el que fue y se contrasta con el señor de casi 60 inviernos que escribe ahora. Y es que ahí, con él, estamos todos los que también cumplimos años con sus libros.
Es la primera novela que leo de Muñoz Molina, ya le había leído antes pero en ensayos y otro tipo de libros. Me ha encantado. La siguiente será su primera.