Es esta una autobiografía muy peculiar. En realidad lo que el texto nos muestra es la adquisición, evolución y cambios en la concepción del mundo del autor, no tanto su vida, aunque retazos de ella podemos ir viendo a lo largo de sus páginas. Pero como su titulo indica muy acertadamente, es de su aprendizaje intelectual de lo que se trata, no de su vida. Porque este Adams (¡hay tantos destacados Adams en su familia!) orienta su vida hacia un aprendizaje continuo. No un aprendizaje académico, ciertamente; de hecho, no pareció destacar demasiado en su paso por los centros escolares y universitarios. Él mismo no daba ninguna importancia a las enseñanzas recibidas en Harvard (supuestamente, una de las universidades más importantes de Norteamérica). Le interesaba la enseñanza de la vida: el contacto con personas influyentes en la política, la ciencia, la literatura, el arte…los viajes continuos, el reconocimiento de primera mano de los textos clásicos, la visita a bibliotecas y lugares donde algo importante e histórico ocurrió…Es todo ese bagaje el que va acumulando a lo largo de su vida, y aportando ideas para la construcción de una cosmovisión que le haga enlazar el pasado histórico con lo que se espera en el futuro para la humanidad. Esa es la educación a la que hace referencia en el título.
No espere el lector encontrar detalles personales en abundancia porque apenas los hay. Si cita algunas amistades es porque ellas pueden representar teorías científicas o políticas, visiones importantes en su vida. Apenas sabemos de su familia, salvo de su padre Charles Francis (legado estadounidense en Inglaterra), su abuelo John Quincy Adams (sexto presidente de los EEUU), que era todo un referente para él, y su bisabuelo John Adams, (segundo presidente de los EEUU) es citado lejanamente. Con ese plantel familiar, y acostumbrado a relacionarse amistosa y familiarmente con otros presidentes, secretarios de Estado, embajadores y demás, su visión del mundo no podía ser cualquier cosa. Se movía en las más altas esferas del poder, pero siempre se mantuvo libre.
Además de todo esto, es interesante destacar el modo asimismo peculiar en que está escrito el texto: siempre en tercera persona, refiriéndose a sí mismo primero como el niño, el muchacho, el estudiante, después el secretario personal (cuando ejerció ese cargo como ayudante de su padre en Londres), el profesor (haciendo referencia a sus años como tal en Harvard), el historiador, etc.
Por otra parte, en el progresivo avance del texto, hay un salto de veinte años en los que no hay referencias. De 1871 a 1892 no hay comentarios. Tampoco hay comentarios respecto a su matrimonio y la prematura muerte de su esposa, Marian Clover Hooper. Todo eso probablemente es lo que ocupó esos años de los que no desea dejar constancia en este texto. Según él, no aprendió nada en esa etapa y por tanto, la aparta.
Desde el nacimiento, en 1838 , hasta 1905, con el paréntesis ya mencionado, Adams diserta sobre ese niño que crecerá con un abuelo (que conoció) y un bisabuelo (al que no conoció). Cuenta algunas anécdotas, pero se concentra en la mirada que va dirigiendo al mundo que le rodea. Inevitablemente, en lo relativo a la infancia y juventud, es cuando podemos encontrar más detalles de tipo personal. Pero paulatinamente se va concentrando en cómo se enfrenta a la vida, cómo encara los problemas generales, principalmente políticos, cómo vive la guerra civil americana, el asesinato de Lincoln, las distintas administraciones hasta llegar a Roosevelt, la política exterior, etc. El lugar natural de Henry Adams, está, como se nos sugiere en la Introducción, siempre en el límite del ejercicio de poder, siendo “fiel compañero de estadistas” en momentos clave de la política exterior ( en la que fue educado por su propio padre). Al mismo tiempo, sigue de modo muy cercano el desarrollo científico y el vertiginoso progreso técnico y tecnológico, lo que le acarrea grandes dificultades para adecuar su pensamiento a los importantes cambios generados por los incontables avances: el carbón, el vapor, el ferrocarril, la dinamo, …Asistía sin perderse una a todas las Exposiciones Universales. Viajaba por toda Europa y por los Estados Unidos, para ver, siempre de primera mano todas aquellas novedades que se presentaban al público.
En suma, un eterno aprendiz, un eterno scholar, siempre atento a lo nuevo, siempre dispuesto a mover sus puntos de vista si se la convencía de los nuevos. Buscando siempre maestros, tanto en las personas como en las ciudades, en los paisajes y en la Historia. Adelantando teorías para el futuro, tratando de adivinar cómo sería el hombre del nuevo siglo. Curiosamente, él, que vivió en el XIX y conoció el XX en sus dos primeras décadas, se consideraba intelectualmente un hombre del XVIII, como su bisabuelo y su abuelo lo fueron. Por eso quizás le chocaban tanto las novedades continuas de la época en que vivió, y luchaba contra viento y marea para adaptarse a la inevitabilidad del avance científico-técnico.
Paulatinamente va lanzando lo que fueron las teorías generales que mantuvo hasta su muerte, aplicando las leyes científicas a la Historia, para su análisis y proyección hacia el futuro.
El libro es denso y contiene muchos fragmentos inspiradísimos, quizá en otros se hace algo más complicado de seguir al lector que no esté muy versado en la historia política de Norteamérica. “Esta es una historia de la educación, ¡no de aventuras!” nos dice el propio Adams.