¿Conocen la anécdota? Le preguntaron en una ocasión a André Gide, ¿qué opina usted del demonio? A lo que él respondió: “me honro con su amistad” Pues sea, empecemos por ahí. Comencemos por procurarnos la amistad de aquél que tanta compañía nos hace.
Es curioso, cuanto más cultos pretendemos ser más estamos dispuestos a descubrir algún mal, a señalarlo como un ejercicio de inteligencia y perspicacia; pero poco tiene de perspicacia por cuanto pretender una realidad sin mal es como pretender el paisaje marino sin mar o al político separado del tópico: son uno y complementarios, sin más. Lo que sí podría resultar es un ejercicio de presunción que, con razón, al demonio podría sentarle mal porque es como pretender robarle el protagonismo. Pero ni eso: la soberbia, al fin, no hace sin añadir paisaje a los dominios del señor demonio
Digamos: ¿por qué no aceptar de una vez el mal como realidad, como existencia? ¿Acaso nosotros mismos, tan pretendidamente puros, no estamos hechos también de mal? Es más, hay quien sostiene que el mal es aburrido; sin embargo el mal conoce muy bien el sentido del humor: orgías, francachelas, diversión… Por eso dicen que el cielo es bastante más entretenido que el infierno.
En fin, aquí, en este libro, el autor –con ironía expresiva, con conocimiento cabal y con una envidiable erudición- viene a rescatarnos de la molicie aturdidora y nos presenta a una serie de protagonistas que bueno sería tener cerca para nuestra instrucción mundana y nuestra salud mental.
El texto recoge una galería de demonios ‘protectores’ que es una guía utilísima. Nos habla, por ejemplo, de Progetus, “diablo que solo se sabe que vino a la Tierra con motivo del concilio de Nicea, y que se dedicó a molestar a los señores obispos, sin mucho éxito”. Buenos son ellos para eso de la competencia.
Y tendremos ocasión también de conocer a Bombasias, “Ministro de Pompa y Boato, y Gran Primicerio de Etiquetas y Protocolos” (ideal para cócteles políticos, ahora que acaban de aprobar la normativa sobre el jamón) Dicen que lo que vio Luitprando cuando fue a la corte de Bizancio queda provinciano en comparación con toda la magnificencia, lujo y ornato de este orondo demonio.
A la vez, se nos hacen algunas precisiones muy oportunas. Por ejemplo, cómo es conveniente aludir a Bileto (o Byleth) “con sumo cuidado, pues se pone furioso con facilidad” Y aclara Ordaz, “como casi todos”.
A partir de ahora, pues, no se debe argumentar ignorancia respecto a los protagonistas del mal. Los tenemos aquí expuestos, con sus oficios y carácter. Esto es algo fundamental para poder orientarse entre tanta maldad que otorga la realidad, que va en aumento. Luego que nadie se llame a engaño, y, si alguien, que los habrá, duda de que estos magníficos demonios existan, pues bueno, allá él: “a los demonios eso les beneficia”