Injustamente alejado de la nómina de escritores rusos consagrados, a pesar de contar con Gorki como una suerte de padrino durante toda su vida, su escasa obra ha dejado una influencia y un rastro evidente en generaciones sucesivas, en lo que a la construcción de relatos cortos se trata. Admirador de Maupassant, del Gogol “cuentista” y por supuesto del maestro Chejov, guarda en común con todos ellos la concreción, cosa que no supone el desprecio al detalle ni la descripción, y la habilidad para utilizarla para trazar con rotundidad los semblantes de los personajes. Una escritura que dejará su impronta en autores como Ernest Hemingway o los diferentes creadores pertenecientes al minimalismo norteamericano. LEER MÁS
Estamos ante una obra que a pesar de su aspecto fragmentado perfectamente se podría reconstruir en una novela, con sus personajes e historias continuadas. Cada relato supone una pincelada, más o menos amplia, de un retrato costumbrista de lo que se fraguaba en el campo de batalla. Alejado de heroísmos se nos muestra de una manera humana (tristemente humana) a todos los que toman parte, de la manera que sea, en la guerra.
Uno de los grandes aciertos de la escritura de Bábel es la magnífica manera con que consigue mimetizar el estado de ánimo humano con la descripción que hace del paisaje en que se desarrollan las historias, un terreno seco, defenestrado y “adornado” con todo tipo de aberraciones consecuencia de la contienda. Por si eso fuera poco, el autor consigue, por momentos, crear en ese ambiente hostil algunas imágenes o palabras de lo más bellas (“el moho húmedo de las ruinas parecía florecer como el mármol en los bancos de la ópera”).
Los relatos dan forma a un microuniverso, el que se forma en la guerra, en el que predomina por encima de todo el desprecio a la vida humana, valgan como ejemplo escenas en las que el narrador orina sobre el cadáver de un hombre muerto sin darse cuenta o en la que implora “saber matar a un hombre”, requisito imprescindible para hacerse respetar en las filas. Y es que el libro muestra como a pesar de que el ejército soviético tenía claro su enemigo, los propios soldados no pueden evitar su procedencia, su forma de ser y no serán pocos los encontronazos entre ellos mismos, incapaces de olvidar su origen, sus fobias o sus rencillas pasadas, todo ello incrementado por el ambiente hostil en el que conviven.
El escritor ruso por medio de esta colección de vivencias (transformadas en relatos), que le supondría la defenestración cultural y vital más tarde, plantea la difícil imbricación de los grandes ideales por los que se lucha con lo que supone en verdad, desde el punto de vista humano, tomar parte en una guerra y las cotas de salvajismo que eso conlleva, reflexión también aplicable a la religión y que dada su condición de judío tiene un papel importante a lo largo del libro.
Kepa Arbizu
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