Antonio Orejudo es un perfecto ejemplo de esa rara categoría de «escritores judokas», es decir, aquellos cuya técnica consiste en utilizar la fuerza del adversario-lector para derribarlo. Un momento de descanso promete ser una novela de campus, pero a medio camino en la narración Orejudo le pone la zancadilla al lector, aprovecha la fortaleza de su creencia de estar ante un libro al uso y acaba venciendo sus expectativas, colándole algo que es, sí, novela de campus, pero también otras muchas cosas: autoficción (¿o no?), crónica de tretas y emboscadas en departamentos de universidad, thriller con trama detectivesca, reflexión sobre la madurez y las incertidumbres vitales, relato de humor en un tiempo en el que la literatura se toma demasiado en serio… LEER MÁS
Un momento de descanso tiene un lenguaje tan sencillo que se hace transparente, y una historia disparatada que avanza con la mezcla justa de cachondeo (sobre las absurdas relaciones humanas) y crítica social (a la rigidez y mezquindad del mundo académico), de ficción y realidad, de fantasía enloquecida y evidente lucidez. Resumimos brevemente, evitando spoilers: tras diecisiete años sin verse, Arturo Cifuentes se reencuentra con su amigo de juventud Antonio Orejudo, antiguo compañero de facultad con quien compartió piso en Nueva York, cuando ambos pusieron rumbo a Estados Unidos para ganarse la vida como profesores de literatura española en universidades americanas. Cifuentes ha vuelto a España con el rabo entre las piernas tras su ruptura matrimonial y un escándalo académico: sin embargo, está dispuesto a destapar una enorme e inconcebible conspiración que dinamitará todo aquello que Orejudo creía cierto.
Título: Un momento de descanso | Autor: Antonio Orejudo | Editorial: Tusquets |Páginas: 248 | Precio : 17€ |
Pese a no encontrar aquí los triples saltos mortales con los que tanto nos deslumbró en las excelentes Fabulosas narraciones por historias y Ventajas de viajar en tren, este último título no deja de ser una pirueta muy lograda, que tiene la enorme virtud de crear algunos momentos hilarantes (memorable, sin duda, la escena ante el manuscrito del Mío Cid en la Biblioteca Nacional) y de mantener magistralmente el pulso narrativo.
Elisabeth Falomir