Tatiana Lvovna Tolstoi (Yásnaia Poliana, 1864 -Roma,1950) fue la segunda hija de Lev Tolstoi y Sofía Behrs: el primero fue varón, Serguei. Tatiana estudió pintura en Moscú y tras la muerte de su marido se volvió a vivir con sus padres. En 1923 dirigió el Museo Tolstoi de Moscú hasta 1925 en que emigró a París con su única hija, pasando sus últimos años en Italia.
El texto está salpicado de citas tanto a cartas como a los diarios o a los escritos de su padre como a los diarios de su madre, una selección de ellos publicada recientemente en España, por la editorial Alba. También se incluyen algunas fotografías de Tatiana y de sus padres. Se nos recrea el clima de Yasnaia Poliana, las costumbres de padre y madre, las relaciones con los hijos, las visitas continuas, la insistente intromisión de personas ajenas a la familia, seguidores del padre en su última etapa, y cuyos intereses no siempre eran limpios.
Tatiana evoca muy resumidamente cómo vivían sus padres antes de conocerse: el temperamento turbulento y pasional de Lev y la dócil e ingenua feminidad de Sofía. Cómo se encuentran y enamoran profundamente, a pesar de la diferencia de edad: ella tiene 18 y él 34; de las enormes diferencias de gustos, costumbres y expectativas ante la vida; y cómo los primeros veinte años de vida en común, mientras el padre produce lo mejor de su obra y la madre produce lo mejor de la suya: su familia, sus ocho hijos, su hogar, y el apoyo totalmente fiel y amoroso a su marido, a su obra literaria.
Todo el texto de Tatiana rezuma comprensión y dulzura para ambos, padre y madre. Con su padre tuvo una relación muy unida, conversaban mucho: su padre pensaba en voz alta mientras paseaban juntos por el campo; ella comprendía muy bien el sufrimiento de este hombre, que tras haber conseguido fama, honores, desarrollando una gran obra, se ve inmerso en un terrible drama interior, originado por sus tempranas posiciones religiosas, que le llevan a la contradicción flagrante de defender posturas sociales por completo opuestas a la vida que como aristócrata, en una sociedad feudal, se veía obligado a asumir.
Con su madre, por otra parte, también tuvo una intensa relación y comprendió perfectamente los motivos de la reacción materna ante los cambios que paulatinamente se fueron produciendo en su padre. Sofía se había volcado en su papel de esposa, amante y secretaria aplicada en ayudar a su esposo con su obra: copia y corrección de textos, vigilancia de las ediciones y los derechos de autor, posición de su esposo en la sociedad y defensa de su obra; madre de una larga prole a la que atender y educar, vestir y alimentar; defensora de un hogar y de unas propiedades de las cuales vivía toda la familia y la servidumbre, además de acoger constantemente amigos y visitantes. Y en ningún momento había seguido la evolución del pensamiento de su esposo hacia ese sociologismo religioso al que derivó.
Además, la muerte del menor de los hijos, Vania destruyó por completo a Sofía: la mantuvo durante años en un estado de estupor, de abatimiento en el que se refugió en la música y la pintura y se desentendió de la actividad de su esposo.
Mientras tanto, la evolución mental de un hombre que dobla en edad a su esposa y cuyo mundo intelectual es personalísimo, poco a poco va distanciándoles y cavando una inmensa zanja entre ambos. No cambia el amor: continúan amándose apasionadamente, dolorosamente, diría yo, pero los sentimientos y los razonamientos siguen caminos distintos: él desvaría hacia un idealismo y un utopismo que le hace volar lejos de la tierra que pisa. Ella, sin embargo, pisa y muy fuertemente esa tierra y no quiere ni comprende el alejamiento de su esposo, defiende con uñas y dientes lo que considera sus derechos y la herencia de su familia, y de ningún modo quiere aceptar las conclusiones a las que Lev, ensimismado en sus diatribas con la religión y la lucha social, va llegando y defendiendo.
Los hijos…unos toman partido por el padre, otros por la madre. Unos por la utopía, el idealismo; otros por la realidad, lo racional. Tolstoi pasa años de dudas terribles, lacerantes, que le producen enfermedades físicas; años en los que decide abandonar la casa y la familia pero su sentido del deber y su amor se imponen y continúa en esa cuerda floja en la que hace equilibrios los últimos años de su vida. Se incluye la famosa carta, también reproducida en el libro de Romain Rolland sobre Tolstoi, carta en la que el escritor se dirige a su esposa, en una alocución tremenda, dulce y amorosa a la vez que desgarrada, y que es conocida sólo por una de las hijas y guardada en secreto hasta después de su muerte. En ella Tolstoi, maestro de la palabra, explica clarísimamente su situación y el motivo y justificación de la terrible decisión a la que se ve abocado. Y si su esposa hubiera leído esa carta, hubiera comprendido.
En suma, un texto entrañable, humano, una defensa del amor entre los Tolstoi: amor problemático, trágico y dramático, doliente y gozoso a la vez; ¿qué verdadero amor no lo es?
Ariodante