Quiero creer que sí hay un núcleo más o menos compartido en la temática de mis novelas, el cual, necesariamente, no puede ser otro que el de mi propia interrogación sobre la realidad (entiéndase “real” en el sentido que señalaba Torrente Ballester: Todo aquello sobre lo que puede escribirse). Pero claro, la gente cambia, o al menos mudan nuestros intereses vitales con el transcurso del tiempo, de tal forma que lo que hoy más me preocupa no es lo mismo que hace diez, veinte años. ¿Qué queda? Pues una de dos: o nos ceñimos al amor, la muerte y las moscas, que según Monterroso son los temas eternos de la literatura, o nos conformamos con mantener una exigencia casi ajena a nosotros mismos, tirana y a la vez irrenunciable: la misma literatura. No creo en “el placer de contar historias”, ni en la supuesta necesidad que tienen los escritores de “transmitir” (horrendo infinitivo) su “visión del mundo”, ni en leyendas parecidas. Contar historias será un placer para los narcisistas, y desde luego, la idea que yo tenga del mundo no tiene el menor interés para nadie. No escribo para explicar a la gente cómo es la realidad, aún no he llegado a ese extremo de jactancia; escribo para preguntarme a mí mismo cómo podría ser. Si a los lectores les interesa, muy bien. En caso contrario, al menos he intentado cumplir con el único compromiso exigible a un escritor: la creación literaria como sentido de su existencia.
2-En esta novela usas tu verdadero nombre, ¿por qué no sigues con el seudónimo de José Ferrer? ¿Hay un guiño de complicidad en este juego entre el nombre y el seudónimo en la novela, con el personaje de Eliecer Palacios/Santiago Davalos?
La verdad es que no había pensado en eso, y me refiero a la segunda parte de la pregunta. Puede ser. Lo que tenía presente cuando redactaba Los fantasmas del Retiro es que una obra literaria, narrativa, poesía o de cualquier índole, siempre cambia al autor y transforma su relación inmediata con lo fáctico y lo emocional, a veces para bien y en ocasiones, como sucede en la novela, para arrasarlo, con diversos grados de perjuicio en la escala que mide esta clase de daños. Por lo que respecta a la firma de la novela, para mí es por completo irrelevante. No soy partidario de la literatura de “marca” sino de la literatura y nada más. Desde este punto de vista, me da igual firmar como José Ferrer que como José V. Pascual (nombres que son verdaderos, todos, por cierto. Están en mi partida de nacimiento).
3-¿Tu interés por la Física y las ciencias te ha ayudado a elegir el tema?
Más que para elegir el tema, para escribir la novela. Habrás comprobado que cito unas cuantas veces la obra, magistral, de Carl Sagan, Cosmos, un viaje personal. Hay otras que también me han influenciado, como Las Cosmicómicas de Italo Calvino, o El discurso del método para dirigir bien la razón y hallar la verdad en las ciencias, de Descartes. Hay un breve excurso al inicio de la novela en el que se argumenta algo de lo que estoy convencido: a todos los grandes hallazgos científicos les antecede una intuición poética, y a menudo han pasado a la historia uncidos de esa condición, más literaria que científica, desde el Eureka! de Arquímedes a la delicada anécdota, quizás metáfora, de la manzana newtoniana.
4-¿Por qué razón has escogido el año 1956 para ambientar esta última novela? ¿Por ser tu año de nacimiento?
Porque en ese año se iniciaron las obras del enlace Retiro-Diego de León en el metro de Madrid, y porque en ese mismo año se emitió en el NO-DO la delirante información sobre las investigaciones españolas en la superficie de Marte. Como sabes, ambas circunstancias tienen un desarrollo argumental decisivo en la novela. Nací ese año, y en Madrid, efectivamente. Esa circunstancia no deja de ser casualidad aunque me ha resultado muy grato recrear el Madrid de mi infancia desde la óptica de mi primera memoria.
5-¿Realmente el reportaje del NO-DO existió? Porque resulta increíble…
¿Qué si existió? Lo puedes ver en https://www.youtube.com/watch?v=HYXnJHpKpdo.
Si una dictadura, del signo que sea, se empeña en que hay vida en Marte o en las Chimbambas Ultragalácticas, la habrá. Las dictaduras consolidadas están para eso, para crear un ideario colectivo completamente absurdo y tener a la gente entretenida, pensando en el gorro de la eñe, mientras el poder se dedica a lo suyo sin que nadie moleste.
6-¿Cuál es la idea o ideas centrales que quieres destacar en la novela?
Más o menos, lo anteriormente expuesto: cómo todas las dictaduras que en el mundo fueron y siguen siendo, necesitan generar un ideario estúpido en el que la gente crea a ciegas. El conflicto entre libertad y dictadura nunca se genera en ámbitos jurídicos, administrativos o sociales porque esos territorios no son viables más que en una dirección: la oficial; es decir, que no hay territorio en el que librar la batalla. Esa pugna entre libertad y dictadura surge siempre en el terreno de lo ideológico, y si no prospera en dicho ámbito es inútil intentar trasladarlo a ninguna otra instancia. Esto determina, desde mi humilde punto de vista, una evidencia: así como las sociedades pueden ser sojuzgadas, los individuos, como tales, pueden sentirse y ser libres en las condiciones más terribles impuestas por las más pavorosas dictaduras. La libertad individual no es un privilegio jurídico sino un acto de voluntad y discernimiento. Creo que los personajes de la novela, en la medida en que les resulta posible, se comportan con esa intención.
7-La política aparece abordada desde un punto de vista muy escéptico, muy desencantado ¿Consideras que es apropiado sólo para la época que tratas o es extrapolable a la actualidad?
Desencantado, no. Escéptico y mucho. La política en 1956 y en 2011 tienen algo en común: o la tomas con un poco de sentido del humor y con cierta distancia o te vuelves un resentido histérico (como los actuales “vengadores de la infamia franquista” que están recomponiendo la reciente historia de España y se han proclamado vencedores de una guerra civil que dura ya setenta y cinco años), o directamente te conformas con ser un mentecato, tal cual el paradigma del buen ciudadano contemporáneo. En “aquellos tiempos”, los valores supuestamente colectivos eran tan horteras y tan cutres que evocarlos produce casi hilaridad. Pero no me río menos con las chifladuras contemporáneas. Lo grave del caso es que los tiempos pasados, curiosamente, son anteriores, o sea: agua que no mueve molino; sin embargo, debemos sufrir lo que hay ahora con resignación y mucha paciencia. Y no me tires más de la lengua que me conozco y estropeo la entrevista…
8-Vaale; dejémoslo así. Los personajes son entrañables (me refiero a los buenos, claro) ¿en cuál te ves más representado, como reflejo de ti mismo?
En ninguno, por Dios. Yo no soy entrañable. Soy un cincuentón malhumorado, un poco extravagante y un tanto misántropo aunque no del todo hastiado de la vida ni de las buenas compañías. Lo único que tengo en común con alguno de los personajes de Los fantasmas del Retiro es que a los dieciséis años escribía poesía. Imagina qué horrores líricos. Ya te dije antes que aquellos tiempos eran muy horteras.
9-Dices que Paquito el tarambana está inspirado en tu abuelo: cuéntanos algo más sobre eso.
Mi abuelo es el personaje más novelesco que he conocido. Hijo único de familia acomodada y venida muy a menos por causa de la guerra civil, se manifestó encantadoramente inútil para la vida. Su ineptitud para los asuntos prácticos era tal que lo condenaron a muerte dos veces: el Frente Popular en Valencia y los nacionales un poco más tarde, también en Valencia. Así de finamente jugó su partida durante la guerra. El resto de su existencia fue una continua lamentación de lo perdido, sin recuperar ni una de las naranjas exprimidas que habían ido, como suele suceder, del oro al lodo. Fue ordenanza y chofer en la embajada de Marruecos durante bastantes años, y allí hizo amistad con el guía espiritual de la Guardia Mora de Franco, Muhammad Al Asad. De niño, en alguna ocasión, lo acompañé de visita a casa de Muhammad, un rifeño de impresionante aspecto, quien me daba unos consejos que debían de ser muy enjundiosos y de gran provecho aunque, sinceramente, se me desvanecieron pronto en la memoria. Yo qué sé… Podría seguir contándote cosas de mi abuelo y llenar cientos de folios. Ya ha aparecido en dos de mis novelas (en El país de Abel le doy otro repaso), y no estoy seguro de que haya hecho mutis definitivo en mi horizonte novelístico.
10-Has presentado tres tipos de mujeres: la buena chica, dulce pero simple y recatada; la inteligente y atractiva pero distante; y la amante sexual, casi maternal, algo incestuosa. ¿Con cuál te identificarías más, cuál sería para ti la ideal? ¿O son todas ellas parte del ideal?
¡Vaya pregunta! No tengo ni idea sobre qué responderte. Así como en la literatura hay tres temas fundamentales, antes citados, en el universo hay dos misterios: el big–bang y las mujeres. Yo creo que, en todo caso, presentarlas fragmentariamente es un recurso defensivo ante ese misterio. Si divido los términos del problema, a lo mejor voy comprendiendo por partes. Digo yo… pero no me hagas mucho caso, que en estos asuntos suelo equivocarme con harta frecuencia.
11- -¿Ves alguna relación entre esta obra y la de Mendoza en La cripta embrujada?
Bien. Reunida la Sección de Narrativa de la Academia de Buenas Letras de Granada, institución a la que me honra pertenecer, y estudiado sesuda y concienzudamente el contenido de esta última pregunta, se ha emitido el siguiente dictamen: No.
12. Tú mismo citas a Berlanga y Calabuch, al final del libro. ¿Influyeron en tu manera de abordar el tema o a posteriori viste las similitudes?
Te soy muy sincero, aunque me da cierto pudor confesarlo. Cuando llevaba escritas cuatrocientas páginas de la novela, me di cuenta de que había un trasfondo un poco berlanguiano en algunos tramos de la historia y en la forma de desarrollarlos. Algo normal, por otra parte, en un argumento que sugiere el blanco y negro como fondo histórico, con intencionados sesgos de un humor que pretende ser amable, con científicos que descubren vida en Marte y con algún que otro valenciano por medio. Citar al genial Berlanga y a la maravillosa Calabuch fue un recurso buscado, una especie de exoneración cómplice. Fue como decirle al lector. “Si leyendo esta novela, en algún momento le viene al santiscario la imagen de Berlanga y la película Calabuch, con sus cohetes espaciales, su científico y sus personajes de época, sepa usted que a mí, el autor, también me acudieron parecidos barruntos”.
Ariodante