En el acertado postfacio de Laura Freixas, destaca la buscada ausencia de nombres de los protagonistas, puesto que, como resalta la autora catalana, los personajes son símbolos, como simbólico es el complicado itinerario de la joya que pasa de mano en mano, volviendo siempre a su origen, Monsieur De: el esposo, el amo.
Madame De es una dama/niña que vive su madurez en una infancia prolongada por la ausencia de hijos, pendiente únicamente de caprichos y jóvenes admiradores, siempre a la sombra del marido/padre, que se ocupa y preocupa por guardar las formas y mantener su prestigio a toda costa. No hay amor entre ambos, es la típica relación de conveniencia, tan habitual en el siglo XIX, donde se ambienta la acción.
En su ingenuidad, Madame De trata de cubrir el pago de sus deudas –porque no sabe siquiera controlar la asignación que recibe de su esposo- vendiendo unos valiosísimos pendientes de diamantes, regalo de bodas, que, al no estar ligados ya a una relación amorosa, le son prescindibles. Pero es incapaz de hacerlo discretamente y miente a su esposo, como los niños mienten por miedo al castigo paterno: la mentira lleva a que Monsieur De se entere del asunto…y vuelva a comprar los pendientes, que a su vez, regala a una amante despreciada como despedida y pasaporte a otro país.
Pero la fortuna tiene sus caminos insondables, y los pendientes reaparecen de la mano de un nuevo admirador de Madame De: un embajador que cae prendido de sus encantos y del que ella se enamora desesperadamente. Vuelve a recurrir a las mentiras, lo que provoca el despecho del embajador y su alejamiento. Y la nueva intervención del esposo, que garante de las apariencias y conveniencias sociales, recompra de nuevo los pendientes, pero obliga a su infantil esposa a regalarlos a una sobrina. Ahora sí sufre al desprenderse de los pendientes, porque son la prueba del amor perdido. Sigue rodando la fortuna, y los pendientes vuelven a ser puestos en venta, por lo que el esposo vuelve a adquirirlos; pero esta vez ya no habrá quien los pueda lucir.
En 1951, la autora presentó el relato a un tertuliano de su salón, Max Ophüls, dando origen más adelante a una bellísima película homónima, donde el gran director pone imagen y voz a los personajes sin nombre de este brevísimo texto, del mismo modo que lo puso al también breve de Stefan Zweig Carta de una desconocida. Es uno de esos casos en los que un buen director extrae todas las posibilidades contenidas en una narración, incluso algunas más de las que se intuyen pero no se explicitan en el texto. Ciertamente, Ophüls introduce variaciones en la historia, estéticamente relevantes, si bien se mantiene la línea básica y los principales hitos narrativos, encarnados por unos impagables Danielle Darrieux y Charles Boyer, aunque Vittorio de Sica deja en duda cuál es exactamente la posición del amante embajador, que en el libro queda muy clara.
Novela que describe deliciosamente la futilidad del matrimonio sin amor con pinceladas precisas, la relación amorosa que se desvanece, unas relaciones sociales donde lo que cuenta es lo aparente, un mundo femenino irracional e ingenuo en un ambiente aristocrático donde las mujeres han de ser bellas, han de callar y dejar que el paternal esposo –representante de la racionalidad y el honor- se ocupe de todo lo demás, mientras ellas cortan rosas o toman el té…cuando no hay hijos de los que ocuparse, manteniéndose en un estado de virginal infantilismo y dependencia emocional. Una historia de amor triste, contada con una delicadeza exquisita. Y el acento moral del relato lo pone el par de pendientes con forma de corazón, que exhiben su carácter de mercancía circulando de mano en mano como un lacerante aunque brillante símbolo.
Ariodante
Febrero 2011
FICHA DEL LIBRO
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