Todos los reconocemos y todos tenemos un favorito, aunque no lo creamos. Entre la amalgama de personajes embutidos en mallas, de colores más o menos vivos y nombres estrambóticos, con más o menos poderes, nacidos en Gotham City o en el planeta Krypton, tenemos ya digo que un favorito. Piensen por un momento cuáles fueron los primeros libros que leyeron en la infancia y posterior juventud, y seguramente muchos de ellos fueron cómics.
Si en el mundo había dos grandes bloques, el capitalista y el soviético, los superhéroes no podían ser menos: o eras de la casa Marvel o de la casa DC Cómics. Aunque para muchos fanáticos y estudiosos de este arte sea como preguntar si quieres más a papá o a mamá, todo el universo mitológico moderno se contiene ahí desde sus orígenes. Superman, los X-Men, Batman, Daredevil, Capitán América, Watchmen… son claros ejemplos de personajes que, pese a sus diferencias radicales, han moldeado en mayor o menor medida los valores de generaciones nacidas entre mediados del siglo XX y comienzos del XXI. Muchos críticos pueden decir que el cómic se trata de un género menor frente a la Literatura (así, en mayúsculas) filosófica o religiosa que ha sido la que tradicionalmente ha moldeado nuestras mentes. Pero no se puede estar de acuerdo. Los valores éticos y morales que han infundido nuestros héroes modernos en nuestras personalidades están marcados a sangre y fuego para siempre en nuestras vidas.
El porqué Spiderman se plantea constantemente el papel de su responsabilidad respecto a la sociedad, la necesidad de Superman de devolver a los humanos lo que estos le han dado (que no es más que otra cosa que el don de “ser normal”), si Daredevil sufría dudas de fe o el significado, en Watchmen, de esa frase que cierra el círculo: ¿quién vigila a los vigilantes? No sería muy descabellado pensar que Stan Lee, Kevin Smith, Frank Miller o Alan Moore son los filósofos modernos que nos han dotado de las nuevas creencias y a los que debemos estar (¿o no?) más que agradecidos.
Mi ídolo de juventud, aunque no tenga superpoderes, fue Corto Maltés, el antihéroe por excelencia. Y mejor no pregunten por el camino que he elegido en la vida…
Antonio. J. Juliá