Dos son los nexos de unión con el escritor ruso, primero el surrealismo de sus historias, todas ellas chocantes, con ambientes sórdidos y underground, que precisamente siendo reales parecen más ficticias, y, en segundo lugar el hecho de triunfar en un idioma que no es el suyo nativo ya que Hemon escribe en inglés, a pesar de que a su llegada a Chicago en 1992 sólo lo chapurreaba.
Su primeras experiencias norteamericanas, malviviendo en habitaciones cutres, con gente extrañísima, vendiendo suscripciones de casa en casa, unidas a flashbacks de su niñez balcánica y sus mercenarias aventuras por África, conforman el esqueleto de este conjunto de relatos en el que abandona la búsqueda de su pasado, reniega de los que le ven un afortunado y muestra que tras la guerra que se saltó sin permiso, su vida brotó en el escalón siguiente de la desdicha.
Humor ácido, situaciones absurdas, y personajes estrambóticos son el sustento de esta nueva obra suya tan vital como la anterior, en la que se confiesa como un producto norteamericano manufacturado en la extinta Yugoslavia.
El Limonero – cÍtrico literario
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