Los Infinitos es una novela que, aunque continúa dentro del mundo banvilliano, por su estilo, quizás nos produce una sensación diferente, sobre todo por la introducción en el relato de una mezcla de fantasía y realidad: los dioses olímpicos se infiltran en el mundo humano, a la manera homérica, lo que crea una amable indeterminación entre ambos mundos, en algunos momentos algo confusa, ya que, sobre todo en la parte final, resulta difícil identificar al narrador. Deja un cierto regusto como de algo inacabado, aunque tiene momentos estéticamente muy conseguidos, como la escena que rememora el viejo Adam sobre el puente, en el lugar donde la marea y las aguas fluviales se unen y se genera un movimiento especial.
En un punto indefinido de Irlanda se desarrolla la acción de la novela, a lo largo de un día. Un hombre, Adam Godley, está en coma, y se espera su próxima muerte, al menos así opina el doctor Fortune. Alrededor de él se reúnen su segunda esposa, Ursula, su hijo Adam con su esposa Helen y su hija Petra con su novio, más dos habitantes locales: Ivy Blount, que ayuda en las faenas de casa y Duffy, campesino que también les cuida el terreno. Por último, aparece un personaje misterioso, Benny, que nadie sabe muy bien qué hace allí. Todos, incluido el perro Rex, esperan.
El tono de la novela es tragicómico: y para ello introduce Banville a los dioses inspirándose vagamente en la historia de Anfitrión. El primer narrador es Hermes, que, supuestamente está esperando el óbito de Adam para acompañarlo hasta Caronte. Pero Zeus, juguetón, no deja de inmiscuirse: hay mujeres de por medio, y no puede evitarlo. Benny no deja muy clara su pertenencia a uno u otro mundo, oscilando entre el humano o el olímpico.
Y mientras tanto, un segundo narrador es el viejo Adam, que en su situación comatosa desarrolla una frenética actividad mental y repasa su vida, su anterior matrimonio, sus investigaciones científicas y su relación con su segunda esposa y la familia, a la vez que controla desde su eremitorio (la habitación Astral) los movimientos de toda la casa. Sus reflexiones son probablemente la parte más interesante y la única acción de la novela, ya que el resto son movimientos del resto de los personajes vagando sin sentido por la casa, siempre a la espera de lo que pueda ocurrir. Adam padre es un científico que había desarrollado una teoría de los infinitos, al modo de Borel en 1913, con su teoría de los infinitos monos: infinitos mundos son posibles y coexisten, se superponen, están ahí.
Los dioses, por boca de Hermes, no comprenden ese deseo de infinitud e inmortalidad de los humanos, y a su vez desearían sentir el amor y las sensaciones como ellos, mientras que han de conformarse con su eternidad, pero a la vez su evanescencia, una existencia light, que Shakespeare calificaría “de la materia con que están hechos los sueños”. Pensad en el hielo; pensad en la llama, dice Hermes.
Los movimientos de los dioses causan leves perturbaciones en la superficie del estanque terrenal: aleteos de mariposa, aires cálidos o frescos, cierto perfume… Zeus amando a Helen desesperadamente, y Adam volviéndola a amar. Hermes convenciendo a Ivy del amor de Duffy, Petra y sus desvaríos, Roddy fracasando con todos, Ursula y su afición al alcohol, Rex moviendo el rabo sin saber qué les pasa a los hombres, y Benny enseñando sus pies-pezuñas como Pan por el jardín. Así, entre retazos de los pensamientos de Adam y lo que nos cuenta Hermes, vamos entreviendo las relaciones de esa familia; las de los dioses y los hombres; entre lo finito y lo infinito, la vida y la muerte, sin una línea muy clara entre ambos mundos.
Finalmente los dioses se retiran y abandonan a los humanos en su cotidianeidad. Todo vuelve a su lugar. Acaba el día.
Ariodante
Noviembre 2010
Una pena de novela. De lo más aburrido que he leído en los últimos años
Estoy de acuerdo, cuando terminó lo único que comprendí fue el título. No se llama así por la inmortalidad de los dioses sino porque parece que no va a acabar nunca y cuando lo hace, da lo mismo.