El retorno años después a Navarra de Camilo coincide con el embarazo de su sobrina que originará el nacimiento de Ciro. El afán protector del jesuita lleva a la nueva familia a trasladarse junto con él a Loyola, lugar donde habitarán en la misma casa que los padres de Beatriz.
Esa relación de niños irá madurando con los años, tiempo durante el que la intimidad entre ellos crecerá de un modo que marcará sus vidas adultas.
A partir de ahí comienza la verdadera novela. Dejando de lado el tono costumbrista se adentra en la juventud de Ciro, sus amigos, deseos y esperanzas. Perpendicularmente aparecerá Beatriz tras unos años de separación obligatoria para adherirse a la vida de todos ellos entremezclándose de forma indisoluble en sus trayectorias.
París, siempre París se convierte en el telón de fondo. Ferrero empieza a convertir la novela en un símbolo. Beatriz se transmuta con sus idas y venidas en las novias y amantes que durante décadas absorberán a Ciro. Los amigos también aparecen y desaparecen de escena concentrando en unos pocos personajes infinidad de conocidos y colegas del protagonista. Ese juego de espejos mientras avanza el tiempo torna eterno e intemporal el amor de Ciro y Beatriz manteniendo sólo las referencias cronológicas de la época que se cruzan sin profundizar demasiado en ellas. Así los sesenta, setenta y ochenta ven desfilar amantes y amigos, inicios, reinicios y rupturas en un maremagno que es capaz de transmitir intencionadamente la falta de cohesión de cualquier vida, la fragmentación que somos incapaces de percibir en nosotros mismos y que sólo atisbamos en otros, como en este caso en Ciro y Beatriz.
Tras su aventura en la novela negra como fue su última obra, Ferrero hila parte de sus recuerdos en este libro manteniendo un tenor emocional ajeno de su persona simulando ser él mismo el protagonista pero posiblemente reflejando a otros que convivieron a su lado. Ese medio camino entre sus andanzas y la ficción es un atrevido recorrido al que Ferrero se enfrenta con ánimo y convicción resolviéndolo adecuadamente con un final abierto capaz de cerrar el simbolismo al llenarlo de recuerdos con formato de suma y sigue en vez de un punto final.
No es una novela de amor al uso, es un homenaje a una generación que se encontró con la dictadura en España y la libertad en París, la falta de futuro aquí y el mundo entero fuera, y que por tanto, metabolizó todo aquello de forma no demasiado hábil, torpe en las relaciones humanas, con muchas sombras grises, pero como indica el título con muchas noches bravas.
Pepe Rodríguez
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