Escrita en la clandestinidad y oculta durante muchos años, La muerte del adversario se ha convertido en un fenómeno de masas y ahora, casi centenario Keilson, ha sido encumbrado por la crítica estadounidense como uno de los grandes descubrimientos del año, a medio camino entre Kafka y Joseph Roth.
Como refugiado de un sitio para otro, el Keilson que nos presenta la obra es una persona que sólo quiere una cosa: comprender el estado de la situación que le rodea. Sus devaneos a lo largo del relato sobre la amistad, el amor, la política o incluso la fotografía nos trasladan con diálogos puntualmente brillantes a un tratado de psicología de una sociedad, la alemana de entreguerras, enferma por no conocer su rumbo. Y entre medias de uno y otro bando, se encuentra el autor, que a veces reflexiona como el veneciano Shylock sobre la condición humana y se pregunta: “¿Acaso no llevo la misma señal, que nos une? […] ¿Dudan de mí porque no puedo odiar donde no aman?”.
A pesar de todo, el hilo conductor que genera toda esta amalgama de pensamientos es el respeto y la relación amor-odio que le une con su adversario, o con sus adversarios. En sus propias palabras, porque “la amargura de la enemistad me proporcionó la dulzura del conocimiento”. Por eso que los alces y los lobos se necesitan. Puro afán de supervivencia.
Antonio J. Julia
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Interesantísimo como todos los que edita esta editorial. A ver si lo consigo para la Biblioteca.