Mo Yan nunca deja de sorprendernos. Cuando parecía agotado el filón de las sagas familiares en Gaomi del Noreste después de Sorgo Rojo y Grandes Pechos, Amplias Caderas, y realizado el giro al presente con Las baladas del Ajo, vuelve a dar otra vuelta de tuerca y a exprimir la segunda mitad del siglo veinte en la China profunda.
¿Cómo percibe Ximen Nao la vida de sus parientes siendo su burro? ¿o su buey o su cerdo? Mo Yan naturaliza su visión hasta un grado en el que nos cuesta diferenciarlos de los seres humanos. El protagonista se ve limitado en el cuerpo del animal, pero su mente va conservando los recuerdos de las trasmigraciones y adquiriendo cada vez más experiencia en cada reencarnación.
El escritor chino tiene varios activos importantes en su escritura. El primero es lo vívido de sus relatos. Siempre nos habla de los olores, las texturas, los materiales, los vestidos, los colores, los gestos y movimientos que rodean cada escena. Sin quererlo estamos dentro de cada situación y giramos la cabeza hacia un lado u otro, viendo, oyendo y tocando lo que él nos dice, como si estuviéramos en un simulador del pasado. El segundo es el juego del tiempo, con Mo Yan, unos segundos pueden duran veinte páginas y unos años dos líneas. Convierte el paso de los años en un muelle que ajusta a voluntad produciendo el efecto deseado, enfatizando escenas aparentemente secundarias, pero claves en el desarrollo final. El tercero son los diálogos, donde es capaz de sumar más y más personajes a una misma conversación sin que pierda ilación, transformando en una pequeña obra de teatro todos los momentos en que los personajes hablan en común. Su cuarto activo que se magnífica en este libro es el humor negro, los amoríos del burro, las cornadas del buey, las conversaciones de los cerdos, y los temores del perro pueden parecer sacados de cuentos infantiles, pero cuando les da el tratamiento adulto que se merecen no tenemos menos que sonreír. De hecho comparando el comportamiento con el sus familiares, resultan más humanos. De esta manera genera múltiples situaciones chocantes y hasta graciosas, sino fuera por que la supervivencia siempre está en juego. Su propia aparición como secundario de lujo que anota y escribe es una nueva demostración de su comicidad amarga.
Debemos decir que no somos parciales en esta crítica ya que Mo Yan es uno de nuestros escritores favoritos, pero si han confiado hasta ahora en nuestras opiniones, háganlo también esta vez y compren y lean este grandioso (por tamaño) ejemplar de inframundo y subdesarrollo ácido en hábitat chino que es este libro de Kailas.
Nos ha gustado mucho: Viveza y humor
Nos ha gustado menos: Como siempre en él, tantos personajes nos pierden, menos mal que en la introducción tenemos una guía de los mismos.
RESEÑA OFICIAL DE LA EDITORIAL
El terrateniente Ximen Nao es ejecutado y baja al inframundo, donde le condenan de forma ilícita a reencarnarse en un burro. Así comienza un inesperado ciclo de vidas, muertes y transmigraciones en distintos animales, pero sólo en el exterior, porque su mente y sus recuerdos siguen siendo los del hombre que era antes de morir.
Una realidad cruda, difícil de aceptar y agotadora, ya que en cada una de sus reencarnaciones sufre una nueva injusticia, reflejo de las costumbres de un condado remoto de la China de la segunda mitad del siglo XX.
La vida y la muerte me están desgastando es un relato magistral al que no le falta el humor más ocurrente y ácido. Mo Yan se convierte en personaje, cita su propia obra y se ríe de sí mismo. Una apuesta arriesgada que roza la perfección desde la perspectiva más exigente.
Título: La vida y la muerte me están desgastando | Autor: Mo Yan | Editorial: Kailas| Colección: Ficción | Páginas: 756 | Género: Novela | Precio: 22,90 € –
No me gustó nadita nadita. En todo momento eres un espectador mirando por encima de la maqueta que es la novela. El detalle de especificar quién es quién en la historia desde el principio le resta potencial a los personajes de transformarse en familiares del lector. Un ejemplo de lo que digo podría ser Alejo o Demetrio, de Los Hermanos Karamazov, quienes no tienen que ser sólo los hijos de un hombre ruín sino que cada cual se va revelando al lector bajo determinadas circunstancias. Y tras leer las primeras páginas no pude superar la sensación de que los personajes eran plastilina en una maqueta; ya no pude volverlos humanos a mi corazón.