Hace tiempo que leer a Javier Marías viene siendo una de las experiencias más gratificantes para quienes disfrutan con el suspense de una trama envolvente, con reflexiones que deslumbran por certeras, o con personajes atrapados en sus mezquindades. Pero especialmente para quienes aprecian que todo eso vaya envuelto en un lenguaje de una precisión y elegancia inigualables, en el que se cuida tanto el ritmo como la sonoridad de algunos acordes, la repetición de un estribillo como la irrupción incontenible del tema principal. De ahí que cada nueva entrega de este incuestionable estilista sea recibida con incondicional entusiasmo por sus muchos seguidores. En el caso de ‘Así empieza lo malo’ todas las expectativas se cumplen.
Se trata de un texto más próximo a aquellas dos cumbres que supusieron ‘Corazón tan blanco’ y ‘Mañana en la batalla piensa en mí’ que a sus últimas obras, quizás conformando con aquellas una trilogía a pesar de la distancia en el tiempo, y no solo por los títulos shakesperianos cuyos contextos funcionan como martilleantes oráculos dentro del relato, sino también por la común circularidad o espiralidad que las persistentes repeticiones imponen, así como por la recreación de alguna inolvidable escena de aquellas novelas.
Y no es que esas singularidades de estilo no aparezcan en otros lugares de la obra de Marías, al contrario: pocas tan consistentes y reconocibles. De ahí que, para él, el juego metaliterario de la autorreferencia, más que para crear un rastro reconocible, sirva aquí para homenajear a alguno de sus personajes como Deverne (‘Los enamoramientos’) o Peter Wheeler (‘Tu rostro mañana’), o para conceder al profesor Rico un papel digno de un secundario de lujo. Pero es también la persistencia de algunas obsesiones la que confiere continuidad a los temas del madrileño.
Así, volvemos a encontrar la reivindicación de la figura paterna como en ‘El siglo’ o ‘Negra espalda del tiempo’ junto a la implacable denuncia de aquellos que después de disfrutar de las prebendas de los vencedores pretendieron pasar por sufridos defensores de la libertad. Y, de nuevo, la ominosa presencia de secretos inconfesables, lo desconocido, aquello sobre lo que solo se puede conjeturar, a fin de cuentas la semilla y la materia de la ficción narrativa, ya sea en su forma novelesca, cinematográfica o descriptiva de una obra plástica: una foto, una pintura contada por Marías es un objeto sugerente cuya interpretación puede mostrarnos un contenido hasta entonces oculto.
Serán dos de esos secretos los que se empeñará en desvelar el protagonista y narrador Juan de Vere, al que el autor le transfiere alguna de sus confesadas experiencias de juventud: su solvencia con volatines y escaladas, o la resignada costumbre de recibir el apelativo de joven. Empleado como secretario del director de cine Eduardo Muriel, Juan establecerá relación con su mujer y amigos, constatando el desprecio del director por aquella y las dudas que le inspira uno de estos, asuntos ambos cuyo desarrollo y solución sostienen la tensión de una narración dominada por la cinefilia del autor, nunca oculta pero aquí desatada. Porque al aparente anacronismo de las primeras escenas más propias de uno de esos clásicos en blanco y negro que acompañan, en televisores sin sonido, a otros protagonistas de Marías, se unen momentos dignos del mejor Hitchcock, referencias al prolífico director Jesús Franco, tío de aquel, o la presencia de algunos actores secundarios venidos a menos. Y todo esto sin olvidar otra de las filias del autor también presente aquí: la que anima las pesquisas bibliográficas que, desde ‘Todas las almas’ pasando por diversos artículos, hacen las delicias de todo bibliófilo.
Hay que dejarse llevar, en definitiva, por esas tríadas (“sus paseos y su espera y sus dudas”, ‘Veneno y sombra y adiós’) que, con apariencia de conjuro, sirven tanto para ajustar un sentido como para extender un significado, y que aquí puntean un texto en el que, entre otras cosas, se plantea cómo encajar en la vida ya pasada el descubrimiento de un engaño, cómo reescribir el pasado a la luz de una nueva verdad revelada. Y cómo el olvido y su aliado el tiempo juegan a favor de que el secreto lo siga siendo, o de que las consecuencias de su desvelamiento se difuminen. Y al final no quede nada.
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