El año pasado, justo por estas fechas, comentábamos aquí la novela de Barbara Kingsolver Demon Copperhead. Premiada con el Pulitzer, el texto actualizaba el casi homónimo de Dickens trasladando a finales del siglo XX la trama y los personajes del clásico. En James, galardonada en este caso con el National Book Awward de 2024 en la categoría de ficción, Percival Everett toma como referencia otro clásico: la obra maestra de Mark Twain Las aventuras de Huckleberry Finn, pero eligiendo como narrador al esclavo Jim, compañero de fatigas de Huck, para ofrecer una versión alternativa.
En su primera parte el texto se ajusta al original en cuanto a la acción se refiere, con lo que, al poco, encontraremos a los dos protagonistas huyendo en una balsa por el Misisipi, Huck de su violento padre y Jim de los que quieren venderlo separándolo de su familia. Pero ya desde el comienzo Everett introduce una nota discordante y de honda significación en la novela: la familia de Jim usa el lenguaje estereotipado que se espera de los negros solo para simular, delante de los blancos, una inferioridad que tranquilice a estos. Entre ellos, sin embargo, se expresan con la máxima corrección, e incluso Jim con los términos cultos que ha aprendido leyendo a escondidas los libros del juez.
Esos temas del lenguaje y las jergas locales y, en general, de los tópicos de la cultura popular afroamericana, es central en la obra de Everett. En Cancelado, el texto que permitió a American Fiction obtener el Oscar al mejor guión adaptado, el protagonista, para satisfacer al mercado, acaba escribiendo una novela llena de todos esos lugares comunes que, se supone, debería usar un escritor de color. Por su parte, en el divertido despliegue de humor negro que supone Los árboles, será el habla de los sureños racistas el que se caricaturice.
En ese sentido es coherente la reinterpretación de la novela de Twain que fue, en el momento de su publicación, severamente criticada e incluso prohibida en colegios y bibliotecas de algunos estados, no solo por la dudosa moralidad de su protagonista a ojos de los sectores más retrógrados, sino también por el uso sin complejos de las lenguas vernáculas.
La divergencia entre ambos textos comienza con la aparición del Duque y el Rey: los que no pasaban de ser unos molestos pícaros en el original acaban convertidos aquí en unos violentos esclavistas, y las aventuras que corren los protagonistas adquieren ahora los tintes dramáticos de la huida y la lucha por la libertad. Se harán explícitas la crueldad de unos y el desamparo de otros mientras asistimos a naufragios, persecuciones o al emocionante espectáculo de la generosidad entre compañeros de desgracias.
La narración, además, se complementa con las reflexiones de un Jim consciente del poder subversivo de la lectura como acto privado y libre, y de la semejanza entre la ficción de una novela y la de la religión o la historia. Reconoce la Biblia como un instrumento en manos de sus enemigos, a la vista del fervor y la credulidad de los asistentes a las curaciones milagrosas de un predicador, y convence a Huck de que no debe ser ningún Dios el que venga a sancionar la bondad de sus actos. A sus sueños se asoman Locke o Voltaire, a los que reprocha sus contradicciones al hablar de esclavitud, mientras que uno de los personajes del Cándido le recuerda que “la esperanza no es ningún plan. De hecho, no es más que un truco. Una trampa”, un mensaje que animará a pasar a la acción a aquel que ahora se reconoce como James.
Rafael Martín