Adelanto de la novela “La ecuación que resuelve el enigma”

El escritor Samuel Baeza Álvarez (Málaga, 2004) nos ofrece, en exclusiva, unas páginas de su novela negra escrita en clave matemática. Todo un homenaje a la literatura de suspense y a las ciencias de los números. 

Estamos ante una de las jóvenes (nunca mejor dicho) promesas de la literatura española de los últimos años. “La ecuación que resuelve el enigma” (ExLibric) lleva varios meses impactando en el gusto de los lectores.

—Oye, ¿tienes prisa? Quería comentarte algo que me dijo el otro día Jaume y que no sé si sabías. Nunca nos ha pasado algo así.

—¿De qué se trata? No tengo prisa. Puedes contármelo si no va a suponer demorarme mucho en mis quehaceres…

—Verás, hace unos cuatro días, Jaume estaba dando clase de Geometría en el aula 002 y le pareció ver a un señor con rasgos de algún país del Medio Oriente asomado por la ventana y ataviado con una larga túnica; pero parece que se fue. Su rostro era un tanto extraño. Ayer por la mañana, antes de empezar las clases, una chica desapareció cuando los alumnos estaban esperando para entrar a la facultad. Su grupo de amigos estaba a su lado, pero cuando abrieron las puertas, que ya sabes que se forma la de Dios porque todos quieren entrar a la vez a pesar de las restricciones, resulta que se esfumó. Apenas había coches allí, nadie salió en ese momento y sus compañeros no la han encontrado. Sus padres nos contactaron ayer a la hora de comer para saber si su hija estaba bien porque no había regresado a casa, pero les explicamos lo que había sucedido y se presentaron aquí hechos una fiera después de que te fueras… Así que les recomendé que denunciaran su desaparición a los Mossos d’Esquadra, pero no saben si calificarla como una desaparición involuntaria o forzosa. Aun así, parece ser que han abierto una investigación para esclarecer las causas.

—Creo que no puede ser una desaparición forzosa si no se ha cometido ningún hecho delictivo o actividad criminal, aunque a lo mejor se ha cometido, pero nadie es conocedor de ello. Si hubieran visto a la chica irse con alguien, probablemente esa persona sería la responsable de su desaparición; pero lo que me relatas es algo insólito. Nunca ha sucedido algo así.

—Lo sé. Quería contártelo por si sabías algo o conocías la existencia del señor que te digo.

—Pues no, no he visto a nadie como describes. ¿Te aventurarías a decir de qué país era oriundo?

—No lo sé, Rubén. Pero eran rasgos musulmanes, como de la península arábiga, Arabia Saudí o Irak.

—¿Arabia Saudí o Irak? ¿Acaso hay un terrorista merodeando por esta universidad y los Mossos aún no han hecho nada?

—No, Rubén. No todos los saudíes e iraquíes son terroristas. Son solo conjeturas.

—Entonces, trasládale esas conjeturas a la policía. Esa chica puede estar desaparecida o en manos de un sujeto desconocido de Medio Oriente o vete a saber dónde. Yo no he visto en mi vida a alguien así por aquí, por lo que no puedo darte más información. Aquí hay videocámaras, ¿acaso no han captado nada?

—Nada. —Se levanta de la silla y se ajusta la chaqueta.

—¿Consideras que pudieron jaquear la cámara de seguridad de la facultad?

—¿Cómo van a hacer eso?

—Cualquier dispositivo conectado es susceptible de sufrir ataques informáticos. Claro está que, si eso sucedió, lo hizo alguien experto en informática y dudo que ese señor lo sea. Si la cámara de seguridad carece de controles o es vulnerable, cualquiera puede jaquearla y adueñarse de su información. Pero, si nos ponemos en el caso de que alguien la atacó para que no se capturaran imágenes de la supuesta desaparición de esta chica, ¿no crees que la cámara se habría detenido y no hubiese seguido grabando?

—Eso pienso yo. La cámara sigue grabando. Lo que me comentaron es que dejó de grabar en el intervalo de tiempo en que la chica desapareció. A los pocos minutos retomó su actividad y continuó filmando, pero para entonces ella ya había desaparecido.

—Entonces ya me queda más claro que cualquiera pudo infiltrarse en el sistema informático. Se pudo manejar la cámara de alguna forma.

—Nadie entró porque siempre hay alguien vigilando para que eso no pase.

—Eso da igual. Sin ver las grabaciones, te diría que el atacante ha manipulado la grabación en bucle. Ha alterado el funcionamiento de la cámara para que reproduzca un vídeo en bucle de una grabación previa y que tengamos la sensación de que no ha pasado nada cuando, en realidad, es un montaje. Infórmame si hay novedades. Voy a hacer mi trabajo, no quiero demorarme más.

—Perfecto, Rubén. Que te vaya bien la mañana —se despide sentándose frente al ordenador.

Rubén se pone su chaqueta y va con su maletín hasta la cafetería de la facultad, donde piensa pedir algún café y organizar meticulosamente la próxima clase. Mientras tanto, reflexiona sobre todo lo que Núria le ha contado. Las personas con altas capacidades intelectuales tienen una gran hiperactividad mental. Esto significa que si algo les sucede, no pueden parar de pensar en ello hasta que encuentren una solución; no pueden detener su pensamiento. Si no la encuentran, se agobian. Él analiza todos los escenarios posibles y todo lo que ha podido suceder en una situación concreta, pero a veces no lo verbaliza, simplemente lo considera en su mente y luego llega a una conclusión, que es la que cuenta. Él nunca dice nada importante sin haberlo pensado al menos una vez.

En el camino se encuentra a Helena, una de las profesoras.

—Helena, buenos días. Una pregunta. ¿Has visto a Jaume?

—Jaume no entra hoy hasta las doce. Falta casi una hora todavía.

—De acuerdo, gracias.

—¿Lo buscabas por algo?

—Sí, quería dialogar con él sobre algunos aspectos… relevantes. Gracias. —Se marcha hacia la cafetería. Cuando llega, se dirige hacia la barra—. Buenos días. Un expreso, por favor.

—¿Algo más?

—No, eso es todo.

—Serían dos cincuenta.

Rubén paga el café y se lo lleva hacia una de las mesas que se encuentran al fondo del bar. Una vez allí, abre su MacBook y comienza a diseñar un mapa conceptual de todo cuanto quiere explicar hoy en su clase de Estructuras Algebraicas. Allí permanece hasta las doce y media, cuando decide llamar a Jaume por teléfono.

—Hola, Rubén, dime. Estoy en clase.

—Ah, sin problema. Hablamos luego, no quiero entretenerte, simplemente quería comentarte algunas cosas.

—Genial, luego hablamos —responde Jaume cortando la llamada.

Rubén recoge su MacBook y se dirige hacia el aula 002, donde impartirá su clase a la una. Se sienta en la gran mesa que se encuentra delante de la pizarra en la más absoluta soledad. Allí mismo fue curiosamente donde Jaume vio a ese extraño individuo del que Núria le había hablado antes. Mientras está con su ordenador, mira sin parar a la ventana, pero no ve nada. A la una menos cuarto comienza a pasearse por la clase, rodeándola hasta dos veces y analizando todo lo que ve. Tan solo harán falta unos minutos para que la vida de Rubén cambie. Para siempre.