Como ya imaginarán los lectores de los anteriores volúmenes de la serie, Basilisco y Araña, en Matamonstruos volvemos a disfrutar de las aventuras en el Oeste del legendario John Dunbar, entre las que se intercalan relatos protagonizados por su autor. Pero, sobre todo, volvemos a encontrar una brillante y efectista reflexión sobre las posibilidades terapéuticas de la ficción y sobre sus formas de relacionarse con la realidad.
Para aquellos que hayan decidido por fin introducirse en la atrevida propuesta de Jon Bilbao, conviene quizás adelantarles someramente el juego entre distintos niveles narrativos que van a encontrar, o los gestos metaliterarios e intertextuales que se les van a proponer.
Las hazañas de Dunbar, conocido como el Basilisco, corren a cargo del escritor y traductor de nombre Jon, personaje que vive en Ribadesella en una casa idéntica a la familiar de Jon Bilbao, incluso a aquel se le atribuye en el texto alguna otra obra de este. Con las que Jon escribe intenta derrotar a un monstruo que vive dentro de él, como el Basilisco lo hace dentro de su personaje, y que, ahora atenuado, lo hace también dentro de su madre. Se trata de la Araña, un ser con la capacidad, además, de saltar entre los distintos niveles de la ficción, representación paradigmática de la melancolía y la depresión.
Esta última entrega de la serie arranca justo donde terminó la anterior, y muestra a un Dunbar en busca, junto a su pareja embarazada, de una vida libre de la violencia que hasta ahora lo ha perseguido. Serán acogidos en una próspera Virginia City que atrae tanto a compañías circenses como a buscadores de fortuna en sus minas, pero acabarán buscando la tranquilidad, esta vez ya con su hija, en los solitarios parajes del Monument Valley, tierra también de algunas familias de navajos.
Para las interpolaciones del mundo de Jon, Bilbao echa mano de los personajes de su novela corta Los extraños. Así que volveremos a saber de su supuesto primo Markel, desparecido allí en extrañas circunstancias, y sobre todo de su acompañante Virginia, que acude a Ribadesella con la intención de comprar la casa familiar que ahora intentan arreglar Jon y su padre.
En realidad, todo lo anterior no es más que una descripción mínima del andamiaje de un texto que se despliega ante el lector con una exuberancia desmedida. Aquí caben elefantes en estampida, tiroteos y persecuciones a caballo, arañas gigantes, revueltas populares, un gabinete de curiosidades, los túneles, tan queridos por el ingeniero Bilbao, y hasta una compañía de teatro que representa ante Dunbar una obra que lo tiene como protagonista.
Durante ese despliegue arrollador de historias, Bilbao nos va acercando al terreno que le interesa: esos espacios fronterizos entre una realidad dolorosa y una ficción sanadora. Y es que al comienzo del texto el autor cuenta cómo el tráiler de la película Tarántula, visto de niño, fue la causa de su terror a las arañas, y se plantea que, de forma inversa, la ficción también pueda servir para superar traumas y conflictos internos. En cualquier caso, y mientras los personajes de Jon se enfrentan a materializaciones de esos y otros males, al lector también se le advierte, a través del director de la compañía de teatro, de que “la ayuda que la ficción nos presta es limitada, es transitoria y puede ser ilusoria”.
Sea como sea, Matamonstruos viene a cerrar un ciclo de novelas deslumbrantes, una prueba más de la flexibilidad de la literatura en las manos apropiadas.
Rafael Martín