La última novela de Alejandro Cuevas acaba de ser reconocida con el XXI Premio de la Crítica de Castilla y León. Sobresaliendo del catálogo de Menoscuarto Ediciones y ataviada con una de esas atractivas portadas compuesta por Lara Lars, Literatura barata es un perfecto mecanismo tan divertido como cáustico, en el que la crítica social se alía con una trama detectivesca para, recurriendo a un humor corrosivo, sorprendernos con un texto refrescante y comprometido, tan capaz de provocar la sonrisa del lector como de acompañarlo en sus reflexiones.
Apelar a la risa mediante la sátira y la ironía no es mal expediente cuando se trata de presentar las penurias de los personajes sin llevar al lector a la depresión, o mostrar las injusticias que sufren aquellos sin desatar su airada indignación. Pero eso no desvía los certeros dardos de Cuevas cuando se trata de, a través de los protagonistas, cuestionar un sistema que solo ve a los individuos como productores y reproductores; acusar a unos medios que solo destilan vulgaridad; o desenmascarar a los periódicos como “panfletos con pedigrí al servicio de intereses políticos y publicitarios”.
Cuevas y sus personajes también señalan a esas corporaciones municipales que, en connivencia con intereses empresariales, tan pronto abrazan proyectos megalómanos como echan tierra encima de los restos arqueológicos que pueden perjudicar sus negocios. Incluso dan cuenta de una cultura posmoderna cuyos creadores no dudan en plegarse al Poder, o de un mundo editorial capaz de cualquier maniobra obscena con tal de asegurar sus ingresos.
Todo eso va surgiendo de un texto que, con un estilo directo y un narrador que se autodefine como omnisciente, va presentando al lector las peripecias de dos personajes inolvidables. Dolores, por una parte, lleva una vida depresiva marcada por la mala fortuna: sus padres fueron aplastados por un piano y su novio fue abducido por unos extraterrestres. Habiendo estudiado Filología Eslava lleva veinte años limpiando los servicios de bares y discotecas, y en la triste ciudad en la que vive han colocado, junto a los habituales, un contenedor para cadáveres, tal es el volumen de suicidios.
El otro protagonista es un vendedor de enciclopedias que ha pasado a lector y corrector de la editorial y que, sin saber por qué, ha sido secuestrado y se encuentra aislado en un habitáculo sin ventanas. Su primera preocupación es, debido a sus múltiples alergias, el menú que tendrá que soportar mientras se encuentre retenido.
Ante este disparatado planteamiento y las hilarantes peripecias que lo complementan, al lector no le queda sino dejarse llevar por la imaginativa propuesta del autor vallisoletano, intrigado por el curso de esas vidas que, inevitablemente, tendrán que cruzarse. Como lo harán con las de personajes como el karateca que Dolores conoce en un taller de escritura, o la pitonisa que le cambiará la vida.
Además, ese recurso de hacer aparecer, en palabras del propio Cuevas, “lo extraordinario como ordinario”, permite la desinhibición del lector y la asunción de una lógica en la que caben todo tipo ocurrencias y de giros de guión, incluido el sorprendente final. Una vez alcanzado este vendrá el momento de asimilar el verdadero alcance de ese artefacto explosivo que es Literatura barata.
Rafael Martín