Resulta difícil no aplaudir el entusiasmo con que algunas editoriales están abordando la reedición de ciertos clásicos. Las cuidadas presentaciones, quizás con nueva traducción, probablemente con tapa dura, vienen acompañadas por los trabajos de solventes ilustradores, realzando un producto, el libro físico, supuestamente amenazado por soportes alternativos. Se obtiene así un objeto en el que un texto de calidad reconocida se rodea de atractivos adicionales, convirtiendo ahora en ineludible esa lectura tanto tiempo postergada, o ese reencuentro largamente esperado.
La reciente edición del clásico del siglo XX que es La campana de cristal de Sylvia Plath, viene acompañada de las ilustraciones de Sonia Pulido, asidua colaboradora de prestigiosos medios y editoriales nacionales e internacionales, y merecedora de, entre otros premios, el Nacional de Ilustración 2020. Su trabajo, al recrear el estilo del diseño gráfico de los años cincuenta, no puede ser más apropiado para un texto que, aunque publicado a comienzos de 1963, está ambientado en la década anterior.
Pocos autores han arrojado una sombra tan sobrecogedora sobre su obra y su vida como Sylvia Plath. Sin duda, su suicidio fue el factor desencadenante de un proceso de mitificación que alcanza tanto a los poemas recogidos en su libro Ariel, los últimos que compuso, como a la novela de carácter autobiográfico que nos ocupa, la única que escribió.
En ella, la narradora, Esther Greewood, estudiante de literatura inglesa en Boston, da cuenta de su llegada a Nueva York acompañada de otras jóvenes que, como ella, han ganado el concurso de una revista. La narración de sus andanzas nocturnas corre paralela a los recuerdos de su relación con un personaje arquetípico, soporte de las ideas y actitudes más rancias de la época y el lugar, alguien que “aseguraba que tener hijos me cambiaría, que ya no querría seguir escribiendo poemas. Así que empecé a pensar que casarte y tener hijos era un lavado de cerebro y después ibas atontada como una esclava en un estado totalitario privado”.
A ese despertar de Esther, a ese darse cuenta del carácter opresivo para las mujeres de las convenciones sociales, colaborarán el resto de personajes masculinos, pero también algunos femeninos, en especial su madre, siempre aconsejándole que complemente sus estudios con los de taquigrafía, el camino más rápido hacia un joven prometedor. La posterior depresión de la protagonista, su intento de suicidio y su internamiento en diversos psiquiátricos, suponen el traslado a la ficción del calvario que sufrió la propia autora en 1953, y un sobrecogedor y precursor retrato de ese tipo de centros y de sus técnicas terapéuticas.
En su ensayo La mujer en silencio, Janet Malcolm nos recuerda que la duplicidad, el engaño a los progenitores se hacían indispensables para las jóvenes de los años cincuenta que aspiraban a ciertos niveles de independencia y transgresión. “En Estados Unidos, el siglo XIX solo llegó a su final en la década del sesenta”, podemos leer en su texto, y más adelante: “Plath encarna de un modo vivo, casi emblemático, el carácter esquizoide del período. Ella es el yo dividido por excelencia.” Para Malcolm La campana de cristal “constituye una acusación contra la Norteamérica de los años cincuenta. (…) se lee como un libro para jovencitas. Pero es el libro para jovencitas escrito por una mujer que ha estado en el infierno y ha vuelto, y quiere vengarse de quienes la atormentan.”
El libro de Malcolm en realidad intenta arrojar luz sobre la controvertida relación de la autora con el poeta Ted Hughes, de quien se había separado unos mese antes de su muerte, pero también sobre el dispar material biográfico o sobre el papel, como albaceas literarios, del poeta británico y su hermana. Algunos hechos, sin embargo, son incuestionables, y pueden estar en la base de la animadversión de algunos hacia los hermanos, como la destrucción por parte de Hughes del diario de los últimos días de Plath, o el posterior suicidio de la mujer con la que aquel mantenía una relación.
Controversias aparte, el volumen de Random House nos va a permitir disfrutar, con casi todos los sentidos, de un texto mítico, y preguntarnos de paso cuánto ha cambiado la situación de la mujer en los últimos setenta años.
Rafael Martín