Nunca es obligatorio seguir la norma, someterse a la rigidez de lo establecido. Pero cuando una visión alternativa adquiere peso suficiente se produce un cambio de paradigma y lo que antes era heterodoxia pasa a ser la nueva ortodoxia. Ese proceso, que no es por supuesto irreversible, marca la evolución de nuestros comportamientos sociales, en particular de las relaciones de pareja.
Para Marta Jiménez Serrano, según ha comentado, las parejas ya no tienen como objetivo ser el germen de una unidad familiar y económica, sino que son ahora un fin en sí mismas. Por tanto ni los hijos ni la hipoteca tienen por qué estar en el horizonte de sucesos de una relación que empieza. Los que sí pueden estar presentes son el poso que dejaron relaciones anteriores o el miedo a incurrir en actitudes propias de roles obsoletos.
Es lo que les ocurre a los protagonistas de ‘La ciudad moderna’, el texto que cierra el último libro de Jiménez Serrano: él oscilando entre el temor a ser controlado y la culpa por no implicarse y ella temiendo parecer controladora o perder independencia. Una historia que ejemplifica esas nuevas formas de relacionarse, una muestra de lo que la autora se propone con su sorprendente colección de relatos: buscar el nuevo sentido de la pareja, de las dinámicas que la moldean.
No todo el mundo aborda la cuestión con un tono fresco y lúdico y una escritura de una madurez incuestionable. Uno de los recursos puestos en práctica es la repetición, de una frase como en ‘Qué bien que existe Leonor’, o incluso de párrafos enteros, aportando el ritmo musical de una salmodia o de una canción infantil. A veces esa repetición es especular y provoca simetrías. Es el caso de ‘Tenemos que dejarlo’, cuyos protagonistas, Eloísa y Marcelo, encuentran premonitorio su hipocorístico común: Elo. Aquí además también se juega con el objeto a abandonar al que se refiere el título: el tabaco o la relación. La simetría se vuelve estructural en ‘Clamorosa y frenético’, cuando la historia común es contada desde los puntos de vista complementarios de sus protagonistas.
Los narradores también pueden resultar peculiares. Hay alguno que, mientras cuenta la historia, no puede reprimir su omnisciencia adelantando al lector el futuro al que son ajenos sus personajes, mientras que en ‘Lo de Verónica’ una voz en off va contradiciendo a la narradora en primera persona mientras esta relata su nueva relación a una amiga. Contradictorio resulta también el narrador de ‘Cuando yo la conocí’, alumno de un curso de escritura creativa cuyo desprecio por la autoficción y su temor a tener una relación con alguien que la practique, no le evita caer en esta y usar la otra en su amargo relato.
En esta espléndida colección caben muchas cosas: esas parejas que, tras la ruptura, son capaces de reconocerse e ignorarse; la blanda cotidianeidad que apunta a un futuro posible mientras se rebusca en una librería o se comenta la película recién vista; los comienzos ilusionantes y la tristeza tras la separación adolescente; o incluso el temor de que pueda desaparecer aquel otro único depositario de los recuerdos comunes.
Aunque no todas son historias de parejas, también hay una viuda interesada por un compañero del curso para adultos, cansada de los parientes que la infravaloran y de la inercia que la lleva a seguir invitándolos a comer los domingos. Y adolescentes hormonados de instituto, activos agentes de acoso escolar.
Se agradecen finalmente, además de la ilustración de portada de Lara Lars, esas referencias al ‘Mulholland Drive’ de Linch, al Cortázar de ‘Continuidad de los parques’, al ‘Bonsái’ de Zambra, o a la obra de Nabokov, presencias intertextuales que añaden profundidad de campo a unos textos cercanos y a unas historias perfectamente reconocibles en su cotidianeidad, porque, como se afirma en el primer relato, “Hay parejas que se apuntan a salsa. Hay parejas que se enganchan a Netflix. Hay parejas que procrean. Hay parejas que se acaban”. Lo demás es literatura.
Rafael Martín