Discretísimas fueron las relaciones que mantenía con su secretario, Gabriel de Yturri, por lo que sus polémicas y enfrentamientos con otros autores lo fueron más por las opiniones estéticas mantenidas que por el posible escándalo social.
Marcel Proust (Auteuil,1871-París,1922), la inmensa figura de las letras francesas, desarrolló un enorme interés hacia la obra del esteta John Ruskin, que descubrió a través de la lectura de artículos y de obras sobre él. Aprovechó la muerte de Ruskin, -que había prohibido la traducción de su obra en vida- para iniciar dicha traducción, ayudado por su madre, ya que sus conocimientos de inglés no eran demasiado profundos. A tal objeto realizó peregrinajes al norte de Francia, a Amiens y sobre todo a Venecia, en donde residió una temporada con su madre. Amigo y admirador de Montesquiou, siguió con atención su obra y mantuvo una correspondencia de la que tenemos feliz muestra en este libro.
A pesar de su admiración a Ruskin, conforme lo iba traduciendo Proust fue distanciándose de las posiciones estéticas ruskinianas, y al compararle en estas páginas con Montesquiou, asegura que “hay más verdadero juicio artístico y gusto atinado en cada uno de los breves ensayos (de Montesquiou) que en las grandes obras de Ruskin.”, ya que no cree que los magníficos juicios de Ruskin sobre sus contemporáneos hayan subsistido con el tiempo, mientras que valora como muy importante que un crítico pueda ser atinado en la mirada sobre aquellos artistas o literatos que viven en su misma época. “Juzgar a primera vista, adelantarse, ahí está el don del crítico.-nos dice Proust– Qué pocos lo poseen” (…) “Cuando se sabe así verlo todo, distinguirlo todo, y nombrarlo todo, se posee ya un privilegio inapreciable para describirlo todo.” Compara a los verdaderos talentos con las estrellas, que cuando percibimos su luz, es muy probable que lleven apagadas muchos años. Por ello, es fácil apreciar a los grandes talentos del pasado, porque el tiempo nos salva la calidad y cubre con un suave manto de olvido aquello que no merece perdurar. Pero advertirlo en el presente es el gran papel del crítico: y su mayor dificultad, por lo que es impagable encontrar personas que realmente posean el don.
Lectura breve pero agradable y curiosa para todo amante de las letras y artes, especialmente los seguidores de Proust.
Ariodante