Zweig es un maestro del género biográfico, entre otras razones por la admirable capacidad que demuestra a la hora de cotejar y confrontar singularidades contrapuestas. En la biografía consagrada a Fouché, Zweig enfrenta al biografiado con Napoleón, pero asimismo con Robespierre y Talleyrand. En ella, sabemos de los personajes por sus rasgos propios, tanto físicos como psicológicos, y en esta labor la escritura de Zweig brilla en esplendor y precisión. Pero también sabemos de ellos por contraste con otros prohombres contemporáneos suyos. Todos ellos reflejados en el espejo de la Historia.
En el estudio sobre Fouché, Zweig no sólo realiza el «retrato de un político», sino del político par excellance. El político —el arquetipo político— vive de la acción y de la ocupación. Esto sostiene José Ortega y Gasset en su ensayo sobre Mirabeau. Su oficio no es pensar, sino actuar. Su temperamento es puro nervio, excitación extrema. La constitución que lo estructura, y hace de él un animal político, es básicamente fisiológica: «el político es —como Mirabeau, como César—, por lo pronto, un magnífico animal, una espléndida fisiología.» Tal descripción muy bien podría aplicarse a la tipología del hombre político que hace Zweig desarrolla en Fouché.
Pero hay todavía más. La biografía del plenipotenciario ministro francés ofrece un fresco soberbio de los tiempos modernos nacidos de la guillotina y la Enciclopedia, unos tiempos abiertos en canal que inician sus pasos de modo un tanto torcido, sin duda sangriento, a todas luces, conflictivo. Unos tiempos que se desbordan en el siglo XX, centuria particularmente tenebrosa, ensombrecida por dos guerras mundiales y la emergencia de los totalitarismos más destructivos jamás conocidos en la historia del hombre: el nazismo y el comunismo. «Genio tenebroso» es, justamente, el sobrenombre por el que suele reconocerse a Fouché, y subtítulo añadido al título de la biografía de Zweig en no pocas ediciones. No cabe duda de que el escritor vienés elegía con suma atención las personalidades a biografiar.
Stefan Zweig (Viena, 1881 – Petrópolis, Brasil, 1942) fue, ya en su momento, un escritor enormemente popular, tanto en su faceta de ensayista y biógrafo como en la de novelista. Un autor que amó y padeció Europa en proporciones muy considerables. Su capacidad narrativa, la pericia y la delicadeza en la descripción de los sentimientos y la elegancia de su estilo hacen de él un escritor que cautiva al gran público sin dejar indiferentes a los lectores más exigentes y especializados. En lector en español, dispone de unas veteranas obras completas del autor austriaco editadas en cuatro volúmenes por la editorial Juventud. Desde hace unos años, la editorial Acantilado está realizando una meritoria labor de reedición de una buena parte de la inmensa obra del Zweig. Hasta la fecha han aparecido los siguientes volúmenes: La lucha contra el demonio (Hölderlin, Kleist, Nietzsche); Castellio contra Calvino (Conciencia contra violencia); Momentos estelares de la humanidad (Catorce miniaturas históricas); El mundo de ayer (Memorias de un europeo); La embriaguez de la metamorfosis; Veinticuatro horas en la vida de una mujer; Novela de ajedrez; Carta de una desconocida; Los ojos del hermano eterno; Ardiente secreto; El amor de Erika Ewald; Tres maestros (Balzak, Dickens, Dostoievski); Noche fantástica; La mujer y el paisaje; Correspondencia; Montaigne; La curación por el espíritu; El candelabro enterrado; La impaciencia del corazón; Noche fantástica; El legado de Europa; Amok; Viaje al pasado; Mendel el de los libros; ¿Fue él?; y, en fin, la biografía Fouché que ahora reseñamos.
Epítome del funcionario plenipotenciario, del político incombustible que enciende pasiones y no deja crecer la hierba allá por donde pasa, este Atila de los ministerios es, sin reservas, un personaje fascinante. «Uno de los hombres más extraordinarios de todos los tiempos» afirma decididamente Zweig en las primeras líneas de la Introducción que abre el libro. Pocos sujetos han acaparado tanto poder en la Historia como Fouché; pocos han sido más ricos; pocos, trabajando en la sombra, han tenido más influencia sobre los hombres públicos de mayor perspectiva y proyección. Todo en su personalidad resulta fuera de lo común.
«Cuesta cierto esfuerzo imaginar que el mismo hombre, con igual piel y los mismos cabellos, era en 1790 profesor en un seminario y en 1792 saqueador de iglesias, en 1793 comunista y cinco años después ya multimillonario, y otros diez años después duque de Otranto. Pero cuanto más audaces eran sus transformaciones, tanto más interesante me resultaba el carácter, o más bien no carácter, de este hombre, el más consumado maquiavélico de la Edad Contemporánea, tanto más incitante se me hacía su vida política, completamente envuelta en secretos y segundos planos, tanto más peculiar, hasta demoníaca, su figura.» (págs. 9 y 10).
Sucede que este hombre «de cara pálida» dedica su vida a la política, y sin pretenderlo, escribe un tratado superior de ciencia política. Vela sus armas públicas con los girondinos, se une a Robespierre, lo derriba, sobrevive, se arrima a Napoleón, quien lo teme más que a Wellington, compite con Talleyrand, quien (a pesar de todo) le sobrevive, ayuda a la restauración de la Monarquía en Francia. Allá por donde pasó, en todas partes, dejó memoria amarga de Fouché.
Ariodante
Reconozco que me gusta Stefan Zweig. En este libro, Zweig realiza un retrato psicológico de Fouche como el ejemplo de político sin escrúpulos que no necesita sostenerse en ninguna ideología puesto que se vende al ideal más de moda, siempre está con los vencedores. A través de sus actuaciones se revela el hombre que hoy llamariamos “trepa” o “chaquetero” que engaña a todo el mundo y maneja a la gente como si fueran títeres (llamense Napoleón, Tayllerand o Rey), se aprovecha del miedo y de la desconfianza de los que ostentan el poder. Es un político que sabe manejarse en las alcantarillas del poder, es su sitio, el que le permite conseguir todo el poder al que aspira y manejar a los poderosos, siempre riendose de ellos. Sabe de todos y de todo por sus informantes, gentes en su mayoría sin moral, sin valores y como él sin escrúpulos. Y a pesar de todo esto, triunfa como político. Traiciona a todos, engaña a todos, manipula a todos, pero es el único que sobrevive a la Revolución Francesa y al Imperio de Napoleón. Es un superviviente nato.
Es un libro totalmente recomendable.
Sofía.