Rolland nos hace un despliegue amplísimo de su análisis sobre la obra tolstoiana. Por lo pronto, no desliga sino que unifica, imbrica totalmente la vida con la obra del gran escritor ruso. “Arte y vida –nos dice el autor- están unidos. Jamás obra alguna estuvo más íntimamente ligada a la vida: tiene casi todo el tiempo un carácter autobiográfico.”
Por lo tanto, a la vez que nos va contando la vida, nos va analizando la obra. Es más, es tan extensa la cantidad de citas de los textos de Tolstói, incluyendo novelas, cuentos, cartas, ensayos, diarios (suyos y de su esposa) que casi ocupan el mismo o semejante espacio que el propio texto de Rolland. Además, añade una gran cantidad de notas a pie de página. Afortunadamente, la traducción –que combina textos franceses y textos rusos- es excelente. Todo ello nos lleva más que a una narración biográfica, a un ensayo literario sobre Tolstoi como autor. El problema es que, como él mismo insiste, no podemos desligar el hombre del literato. Y tampoco podemos desligarlo del ideólogo.
Comienza el libro con una carta de Tatiana Sujótina–Tolstaia, una de las hijas de Tolstói, carta en la que manifiesta a Rolland su agrado que la lectura del libro le ha producido. Tras ella, una brevísima introducción en la que el autor nos explica su atracción por Tolstói y por Rusia. Hacia 1886, Rolland está en su segunda década, es un joven ardiente y las traducciones de las grandes obras de Tolstói y Dostoievski florecían por doquier en Francia, y a los estudiantes de la École Normale, probablemente el único punto que les unía era el amor por Tolstói. Les atraía por muchas razones: “su desencanto irónico, su implacable lucidez, su obsesión por la muerte. Sus sueños de amor fraternal y de paz entre los hombres. Por su acta de acusación contra las mentiras de la sociedad. Por su realismo, por su misticismo. Por el hálito de la Naturaleza, por su sensibilidad hacia las fuerzas invisibles, por el vértigo que le produce el infinito.” Con estas palabras, ya el autor nos resume el pensamiento tolstoiano.
Las primeras décadas del gran Tolstói nos son narradas alternando constantemente con textos extraídos de esas memorias ficticias que son Infancia, Adolescencia y Juventud. En ellas, el escritor cambia nombres, fechas, trastoca situaciones (como la muerte de la madre, que realmente no pudo recordar por tener apenas dos años), y tenemos que leer entre líneas o buscar otras fuentes que nos ayuden a discriminar la verdad de la ficción.
Tolstói ingresa en la milicia, es enviado al Cáucaso, donde da rienda suelta a sus pasiones y a su ímpetu juvenil y ardoroso. Ya entonces se manifiesta en él ese continuo debate entre las pasiones –que nunca lo abandonarán- y la religiosidad, latente en unas épocas, manifiesta y abiertamente declarada en otras. “El Cáucaso reveló a Tolstoi, sobre todo, la profundidad religiosa de su ser”. Había guerra con Turquía y con el entusiasmo y fragor guerrero, constantemente en tratos con la muerte, se mezclaba el ardor religioso en su ánimo.
Tras la guerra Tolstói se instala en San Petersburgo y sufre una profunda decepción ante el panorama del mundillo literario y aristócrata –recordemos que era conde, tenía unas obligaciones sociales, unos protocolos- que se creía una casta elegida, una vanguardia iluminada. Discute con Turguéniev, y sale huyendo al campo: la casa familiar de Yasnaia Poliana, será su refugio y hogar durante toda su vida. También viaja por Europa, en dos ocasiones: Francia, Alemania, Suiza…tampoco le gusta lo que ve, y viene cargado de ideas pedagógicas que intenta poner en práctica en el campo. Es una época turbulenta en la que mezcla relatos y opúsculos ideológicos, literatura y política, esa mezcolanza de religión, teorías sociales, moralidad, y cuyo resultado podría llamarse anarquismo cristiano, si es que podemos llamarlo de algún modo.
Luego vienen los años felices, el matrimonio, donde produce lo mejor de su pluma (Guerra y Paz, Anna Karenina), y donde adquiere la absoluta madurez literaria. Su matrimonio con una jovencísima Sofía Behrs le aporta una estabilidad emocional y física, sin desplazar su fondo permanente de pensamiento, pero le pone las bases para un arduo y monumental trabajo. Sofía, a pesar de su juventud y de darle casi un hijo al año, es la primera incondicional de la obra de su esposo, le ayuda copiando y corrigiendo textos, leyéndole y apoyándole en todo…lo literario. El conflicto llega cuanto a Tolstói le vuelve a subir la fiebre religioso-socializante, que no es en absoluto compartida por Sofía, ni por la familia, en general.
A partir de la mitad de su vida, con el comienzo del declive y las enfermedades, Tolstói recae en sus desvaríos ideológicos. Hay que decir que Rolland no considera que lo sean, incluso está de acuerdo con las posturas utópicas tolstoianas, a pesar de todo. Lo cierto es que la última etapa de su vida se ve envuelta en turbulencias aún más fuertes casi las de su juventud, aunque de otra índole más teórica. Tolstói se escora hacia lo ideológico y desestima su propia obra, con la consiguiente reacción de su esposa y familia, que le animan a continuar con la literatura y dejarse de teorías religiosas.
El final de su vida, la escapada y la muerte en el camino, ya es conocido: Rolland aporta una carta escrita por Tolstói y dirigida a su esposa cuando empezó a pensar en escapar, años antes de hacerlo realmente. Carta muy elocuente y emotiva, en la que expresa su necesidad de soledad y a la vez es una declaración de amor y un reconocimiento a la vida en común con Sofía.
Como colofón, el libro incluye un apéndice sobre la obra póstuma de Tolstói, así como un breve texto sobre sus relaciones con Oriente: China, Japón y la India. Y una carta que, dos meses antes de morir, el viejo Tolstói dirigió al entonces joven Gandhi.
Ariodante
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