Comienza el relato con la escalofriante descripción de los devastadores efectos del tsunami en la isla de Ceilán, comparando la separación de los dos mundos en que queda dividida la isla por la acción de la ola, con el abrumador abismo que se abre entre aquellos que han sentido el golpe y los que han salido indemnes, pertenecientes ya a mundos distintos. En uno de ellos queda anclada la pareja que pierde a su hija, en el otro el cronista y los suyos.
Pero el grueso del texto, construido a partir de los testimonios de las personas próximas, está dedicado a Juliette, hermana de la pareja de Carrère, y en especial a su relación profesional y de amistad con Étienne, ambos jueces y que tienen en común, además de una cojera secuela de sendos cánceres superados, el interés por defender a los desposeídos frente a las entidades de crédito que reclaman las cantidades, intereses y penalizaciones que estipulan los arteros contratos que en su día firmaron los primeros.
Por otro lado, la comparación con la obra anterior, a la que tampoco se resiste Carrère, nos lleva a una de las cuestiones clave que se nos plantean. En la inquietante parte final de El adversario vemos cómo el protagonista adopta el papel “de gran criminal en el camino de la redención mística”, arropado por voluntarios católicos que interpretan como destino providencial aquel que convierte a un asesino en alguien capaz de salvarse y ayudar a otros a hacerlo, dando así sentido a todo el espeluznante drama previo (personalmente nunca entendí la grandeza de un dios cuyos torcidos renglones incluyen el sacrificio de los inocentes). Y en el texto que nos ocupa se plantea la posibilidad de considerar la enfermedad como parte del enfermo mismo, incluso como una ocasión para vivir más plenamente, algo que no tiene por qué privar de sentido toda una existencia colmada de afectos. Pero, ¿es necesario buscar un sentido, insultante y espurio el primero, consolador y humano el segundo, pero ambos lastrados de trascendencia?
Y sin embargo, a pesar del impresionante relato de la degradación física de Juliette y de su angustia como joven madre (“yo ya no estaré aquí, será el primer verano de mis hijas sin mí”), y de la desnuda y pesimista sinceridad del cronista (“Nadie ha podido descansar en mi amor con absoluta confianza y yo no descansaré al final en el amor de nadie”), a pesar de, o quizás por toda esa crudeza, al terminar el texto sentimos esa euforia del que llena sus pulmones de oxígeno después de una prolongada inmersión, porque, a fin de cuentas, estamos en el lado de los indemnes; o si por desgracia no es así, al menos se nos habrá brindado la posibilidad de comprender que, incluso en la enfermedad, podemos ser capaces de reconocer la parte de felicidad que nos ha tocado, porque lo más triste es tenerla al lado y no verla, o marcharse sin verla, o dejarla marchar.
Rafael Martín
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Acabo de terminar la “biografía” de Carrére sobre Philip Dick (apasionante escritor, por otra parte), y me ha gustado, así que anotaré estas vidas ajenas para continuar con el autor. ¿O me recomiendas otro libro suyo antes?
Un saludo
Tanto “El adversario” como “De vidas ajenas” son crónicas excelentes y profundas: en la primera los hechos son excepcionales, en la segunda más cotidianos. En cualquier caso prepárate para emociones fuertes. Que los disfrutes.
Acabo de leer “Limonov” y es espectacular. Espero una gran crítica por vuestra parte