Última entrega de la trilogía La mansión de los chocolates, saga familiar que a lo largo de sus tres libros pasea al lector por la vieja Europa.
En esta ocasión, se trata de un agradable recorrido por el festivo e inestable Berlín de los Juegos Olímpicos de 1936, por una taciturna Stuttgart controlada por el jefe de sección local nazi, Weber, y, como novedad, por una vibrante Nueva York que se recupera del crash del 29.
Como las anteriores novelas, Los años inciertos es una lectura sosegada que no se caracteriza por grandes intrigas, acción o romance. En estos libros, la ambientación lo es todo y es magnífica. A menudo, parece que de esta preciosa edición (tapa dura, 521 páginas, hoja gruesa y maquetación perfecta) se desprendiera realmente el olor a chocolate que tanto se menciona a lo largo de sus páginas.
Asistimos al duelo de la familia Rothman por el fallecimiento de Víctor Rheinberger. Su ausencia marca la vida de su viuda, Judith Rohtman, protagonista de La mansión de los chocolates, y de sus hijos Viktoria y Martin. Junto a ellos, los gemelos Anton y Karl y también Serafina, Gerti, Dora, Mathilda, etc., tras vivir los llamados “locos años veinte” y el periodo de entreguerras en el libro Los años dorados, se enfrentan ahora al auge del totalitarismo. La fábrica de chocolates atraviesa duros momentos a caballo entre la venta o la expropiación, y la segunda generación Rothman, con Viktoria al frente, no puede permitirlo. Por ello, aceptarán la oferta del empresario estadounidense Andrew Miller, y Viktoria cruzará el charco para explorar de su mano el mercado americano. Allí conocerá una realidad muy distinta a la reinante en Alemania: la buena vida de las familias de negocios que resistieron tras el envite del 29, la alta sociedad y sus fiestas, la famosa debutante Brenda Duff Frazier, la época gloriosa del periodismo y los nuevos medios de comunicación, la defensa de la libertad, etc.
Las tramas, tanto la principal como las secundarias, no son complejas y sí verosímiles. No hay grandes giros, pero tampoco son necesarios dado que a quienes amamos estas historias son la ambientación y los protagonistas los que nos importan. El reencuentro con estos personajes de los anteriores libros es reconfortante, es como volver a escuchar a un viejo amigo y saber de su vida. La narración en tercera persona y en multiperspectiva nos hace conocer el punto de vista de todos ellos y vivir la historia como si fuésemos un testigo mudo que los acompaña allá donde van.
Por su parte, el ritmo de la novela es ágil, la pluma sencilla y el estilo dinámico. En definitiva, un libro entretenido, divertido y sumamente bien documentado. Una lectura deliciosa de la que destaco la recreación del ambiente tenso y contenido durante los Juegos Olímpicos más polémicos de la historia, el cómo Maria Nikolia ha sabido transmitir la ilusión de las primeras retransmisiones deportivas por televisión y, finalmente, lo bien expresado que está el miedo ciudadano a las autoridades locales nazis venidas a más en ciudades como Stuttgart. Como siempre, el cacao es el eje vertebrador de la historia y, como en los tomos anteriores, continúan las referencias culinarias, las explicaciones técnicas y las menciones a empresas como Nestlé. Mi recomendación es que antes de poneros con el libro os hagáis con un pequeño alijo de bombones: ¡es increíble cómo esta lectura desata el deseo de chocolate!