“Presente imperfecto” es la tercera novela de Nando López que leo y para mí este autor es ya un viejo amigo, aunque él no lo sepa. Porque disfrutar de nuevo de su exquisita prosa es como reencontrarse con un amigo de toda la vida al que no sabías que echabas de menos hasta ese encuentro inesperado.
Nando es de esos narradores que cautivan no solo por lo que cuenta, sino cómo te lo cuenta. Y es que se nota la experiencia de este Doctor Cum Laude en Filología Hispánica, novelista y dramaturgo que ha estrenado en numerosos países. Finalista al Premio Nadal en 2010 por su obra La edad de la ira —cuya adaptación en formato serie podremos disfrutar en 2022— obra de referencia entre docentes, padres y alumnos por su crudo retrato de la adolescencia; candidato al Premio Max 2018 a Mejor Autoría Revelación por #malditos16, así como sus siguientes candidaturas al mismo premio en la categoría Mejor adaptación por sus versiones de clásicos como Desengaños amorosos o Tito Andrónico. Todo esto no es más que la punta del iceberg de los logros alcanzados por este gran escritor.
En su nuevo libro, “Presente imperfecto”, Nando nos regala doce relatos casi independientes, y digo casi porque varios de sus personajes interactúan a través de ellos creando un pequeño nexo de unión, mostrando como todos deambulan en la misma dimensión, convirtiendo en secundarios o meros espectadores a los que en otros ostentan el protagonismo. Todo ello narrado de una forma tan pulcra y con tal maestría que queda demostrado el amor del autor por el lenguaje, haciendo alarde a la hora de usar las palabras de forma hábil. Dividido en tres bloques donde cada uno consta de cuatro relatos; tres bloques que no por casualidad encabeza cada uno una de las tres conjugaciones que contiene nuestro idioma. Cuentos que se nos antojarán cortos, y que harán que nos leamos sus doscientas cuarenta y ocho páginas en poco tiempo, dejándonos con ganas de saber más de estos exquisitos personajes. Aderezados con las bonitas ilustraciones de Rubén Chumillas, a la altura del mismísimo Hajime Sorayama.
Aparte de encandilarnos con su uso y dominio del lenguaje, el autor nos llega a la fibra con cada uno de sus cuentos, donde una de sus moralejas sería esa forma de idealizar aquello que no conseguimos llegar a ser, tener o no ser capaz de retener en el pasado por no haber sido conscientes, en ese tiempo, de la oportunidad que dejabamos escapar, y no nos referimos a lo material. Desde el relato titulado “Rebobinar antes de devolver” donde ese anhelo puede que no sea más que un espejismo, y es imposible volver al punto donde lo dejamos porque ni nosotros mismos somos la misma persona de entonces; pasando por distintos estados y rupturas que forjaron nuestra forma de vivir relaciones actuales; hasta llegar a rememorar ese “4 de julio” que titula uno de los relatos más emotivos, que demuestran que estando ya al final del camino, hay recuerdos que duelen como si hubieran ocurrido ayer mismo. Todos vividos en este presente que resulta imperfecto porque el pretérito también lo fue, y del que debemos aprender para que el futuro prescinda de ese prefijo.
Nando López es un firme defensor del colectivo LGTBIQ+, por sus obras se pasean personajes pertenecientes a este. Tristemente a día de hoy, en lo que se supone una sociedad avanzada, hay que seguir reivindicando sus derechos —lo que hacen aún necesarias obras como esta—, porque aun hay una mayoría que no entiende que en eso de amar no existen los géneros, solo personas, y eso solo puede hacerse realidad a través de la educación. Una labor que Nando lleva a cabo cada día, como nos transmite en el relato que cierra este libro, que al romper la cuarta pared nos señala que lo que acontece no es para nada ficción. Y que la lucha de esa profesora contra la intolerancia, en la que sus superiores deberían ser sus aliados y no sus enemigos, tampoco se lo ponen fácil a la hora de usar la única arma que resulta efectiva, la educación.
Cualquiera podrá sentirse identificado con estas historias, seas o no del colectivo LGTBIQ+, porque estos relatos son inherentes al ser humano y Nando, como conocedor del alma humana, nos sumerge en esas relaciones y circunstancias que a casi todos nos resultarán más o menos familiares, y que consigue que alberguemos esperanzas, porque asumiendo los errores del pasado podremos aprender de ellos para que nuestro presente sea un poquito menos imperfecto.