Hace poco tiempo os hablaba de la novela Cuarenta estaciones. En ella, una historia basada en hechos reales pero adaptada a la ficción, J. Luis Pastrana nos presentaba a un ingeniero recién licenciado que comenzaba su andadura en el mundo laboral. Unos comienzos que fueron difíciles, pero que también resultaron, en muchas ocasiones, muy gratificantes. Acompañar a este joven en sus primeros trabajos en la fábrica de loza en Asturias y en la fábrica de vidrio en Valencia fue una lectura muy amable y divertida. Sumergirse en esos mundos tan desconocidos para mí y ver crecer, sufrir y recomponerse al ingeniero en Cuarenta estaciones han hecho que volver a encontrarme con él haya sido toda una alegría. Y aunque ambos libros puedan leerse de manera independiente, recomiendo, sin duda, leerlos en orden para comprender mejor al personaje y su trayectoria.
En Fin de trayecto, J. Luis Pastrana vuelve a reencontrarnos con aquel chico que tanto tenía por descubrir y al que tantos quebraderos de cabeza le dieron aquellos primeros trabajos. Ahora, en el taller de calderería de Gijón, nuestro protagonista vuelve a enfrentarse a nuevos retos: entregas en tiempos imposibles, problemas en los contratos de construcción de tanques navales… Y, como siempre, la incompetencia de otros trabajadores que creen tener la verdad absoluta y que los lleva a asumir trabajos de urgencia extrema que retrasarán los proyectos anteriores que parecían estar bajo control. Aunque nuestro protagonista es diestro en resolver este tipo de situaciones, siempre con la colaboración de su equipo, estas situaciones irán, poco a poco, haciendo mella en su salud mental, provocándole un estrés que cree tener bajo control.
Mientras, en el taller, no dejan de llegar pedidos de gran complejidad que seguirán poniendo a prueba la habilidad del ingeniero y de su equipo; Reino Unido o Canadá son algunos de los países que contratan sus servicios y que pondrán contra las cuerdas a los trabajadores en más de una ocasión.
Hasta que un bien día es cesado como director de producción. Esta vez será destinando en una nueva línea de negocio que se está abriendo con fuerza: la línea de la energía. Con gran pena se despide del que ha sido su equipo durante diez años para poner rumbo a otro proyecto laboral.
Las nuevas oficinas en las que trabajará a partir de ahora resultan ser un autentico caos. Con Gregorio al mando, es incorporado como activador de proveedores en el departamento de compras. Entre viajes al extranjero, anécdotas francamente divertidas, comidas entre compañeros y, cómo no, algún que otro problema, transcurren los días. Nuevos cambios, nuevos retos: esta vez nuestro protagonista será nombrado ingeniero mecánico del proyecto de las Islas Baleares. “¡Qué difícil era intentar trabajar así!: sin experiencia, con una enorme responsabilidad, sin la confianza de tu jefe y con el alma dolorida aun por la historia reciente de la salida del taller”.
Y esta reflexión de nuestro protagonista será un punto de inflexión clave en Fin de Trayecto, pues, aunque esté dispuesto a todo por sacar adelante los proyectos, siente que algo no está haciendo bien. ¿Es esa la vida que realmente quiere?
He disfrutado mucho volviéndome a reencontrar con el joven ingeniero, seguir viéndole crecer y madurar en su vida profesional y acompañarlo en sus nuevos retos. Fin de trayecto se centra más en la psique de nuestro protagonista, permitiéndonos descubrir sus debilidades y anhelos y esto es algo que, personalmente, me ha encantado. Como siempre, la narración de J. Luis Pastrana es amena y te mantiene entregado a la lectura del libro. Conocer en profundidad al ingeniero, ser cómplice de sus debilidades y de ese carácter más humano ha sido lo que más me ha gustado de esta segunda novela de J. Luis Pastrana. Y es que detrás de todo héroe se esconde una persona que sufre, siente y padece. Lo importante es armarse de valor para recomponerse, ¿no os parece?