Siempre que reseño un obra de Philip K. Dick, señalo que era un autor que reflejaba en cada libro el estado de ánimo en el que se encontraba en el momento de escribirlo. En obras como “Ubik” o “Los clanes de la luna Alfana” -para mí, dos de sus obras más divertidas- refleja su optimismo y sentido del humor. Encontramos en contraste novelas de su última etapa donde ya refleja pesimismo, mostrando más interés por la vida más allá de la muerte; el plantearse la existencia de un ser superior y una serie de dudas existenciales. La novela que nos ocupa hoy es claramente un ejemplo de esto último. Es de agradecer a Minotauro que reedite las obras de Dick y otros escritores del género, en esta práctica y bonita colección en tapa blanda, brindando al lector la oportunidad de descubrir títulos menos conocidos del autor.
“La invasión divina” se podría decir que es la segunda novela de la trilogía completadas por “Valis” y “La transmigración de Timothy Archer”. “La invasión….” es menos compleja y más sencilla de leer que las otras dos nombradas, pero se percibe que lo escribió en un momento duro donde la adicción a las drogas y los delirios religiosos formaban parte de los últimos años de su vida. Claro ejemplo fue su declaración en la convención de ciencia ficción de Metz en 1977, donde dijo a los asistentes:
«Sois libres de creerme o de no creerme, pero por favor aceptad mi palabra de que no estoy bromeando; esto es muy serio, un asunto muy importante (…) Ella apareció ante mí, era una completa extraña, y me informó de que algunas de mis obras de ficción son literalmente verídicas (…) Vivimos dentro de una realidad programada mediante computadoras y la única pista que tenemos es cuando alguna variable cambia [como en] el dejà vu« Estas palabras, que él decía completamente en serio, indica la gran influencia que sigue teniendo en otras obras del género.
En “La invasión divina” narra como desde hace siglos Dios vive exiliado en un remoto planeta. En este residen también dos colonos, Herb y Ribys, aislados entre sí. Dios ve en ellos la solución para regresar a la Tierra: serán los padres del nuevo Mesías, Emmanuel. Un niño nacido con problemas cerebrales que le impiden recordar su destino cósmico, tendrá que enfrentarse al malvado Belial, que ha corrompido la pureza del planeta y sus habitantes, con el gobierno como brazo ejecutor. En esto último encontramos de nuevo un tema recurrente en la obra de Dick, el poder centralizado que anula al individuo.
A pesar de que la sinopsis y lo que os he contado de sus desvaríos en sus últimos años de vida, “La invasión divina” sigue siendo una obra netamente de Philip K. Dick en esencia. Mundos futuristas por donde circulan coches aéreos, robots y extraterrestres. Todo ello aderezado con su marca de fábrica que son las mentes alienadas y vidas en las que el protagonista no sabe si las está viviendo o soñando.
Uno de los aspectos que más me gustan de Philip K. Dick es que no se limita a narrarnos una historia de ciencia ficción al uso donde a través de la metáfora nos habla de la realidad. K. Dick te hace pensar tratando temas metafísicos centrados en las eternas preguntas de ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos? o ¿adónde vamos?, pero sobre todo ¿por qué?
Si todo esto es una constante en su obra, en “La invasión…” va más allá, planteándonos la propia naturaleza humana, de si el hombre es bueno o malo, y lo más interesante, ¿esa dualidad se da en el Ser que se supone que nos creó a su imagen y semejanza? Un punto de vista teológico muy interesante, tratado de forma magistral en una novela que no deja de ser una obra de ciencia ficción con todos los ingredientes que ya conoce el fan de este escritor que no dejó de sorprender hasta el final.