En puridad, las palabras nos hacen; o nos definen, que viene a ser lo mismo a la hora del ser. Y a su vez las palabras están hechas de letras, una hermosura gráfica y muda (en apariencia) que las conforman. Sería, entonces, gramaticalmente injusto (casi moralmente injusto) que no queramos saber algo acerca de ellas.
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¡Qué es, al fin, la literatura, sino testimonio personal! Bien testimonio de observador, bien testimonio de actor, lo que resulta más decisivo e implicador.