En medio de la vorágine de autores premiados, bestsellers y géneros literarios que encasillan y limitan a los autores, es un placer hallar novelas que simplemente (y nada menos) admiten el calificativo de Literatura sin ambages.
El hijo del doctor, novela escrita por el publicista Ildefonso García-Serena, cumple con esas expectativas que hasta el siglo pasado eran el signo de los editores, publicar buenas novelas y completar su catálogo con otros géneros secundarios. Tristemente ha sido necesario que las editoriales más grandes hayan creado sellos específicos, como “Literatura …” o “… Literaria” para identificar aquellas buenas obras que no encajan en los tipos y subtipos actuales (negra, histórica, etc).
Loable es el esfuerzo, pues, por seguir educando nuestra conciencia literaria en la lectura de obras que rehúyen los calificativos y resultan tan impactantes como las buenas novelas de siglos pasados añadiendo los recursos y técnicas que la literatura actual admite.
El hijo del doctor navega a través de más de un siglo de la historia de la familia Muñiz, desde finales del siglo XIX en el Aragón profundo, hasta el umbral del siglo XXI tras recorrer dos continentes y cuatro generaciones.
El germen de la obra es el recuerdo familiar dramatizado de lo ocurrido a Román finalizando el siglo XIX. Una noche pidió adelantarse a su hijo antes de la llegada al pueblo, prometiendo continuar un camino que nunca hizo. Al contrario, con su desaparición provocó un agujero negro un la familia que el seísmo de años después apareciendo en Argentina y reclamándoles allí solo intensificó.
Con esta base recorre García Serena a salto de caballo en el tiempo “la España del final del siglo XIX, Barcelona y Buenos Aires; la II República, la Guerra Civil, la II Guerra Mundial y la invasión de Francia por las tropas de Hitler. Un nuevo éxodo a la Argentina, esta vez la de Perón y Evita, y después el retorno a la España franquista” de los vástagos de Román a ambos lados del Atlántico.
Lo que comienza como una intriga por descubrir el misterio de Román se desarrolla como un tránsito por los sentimientos de los protagonistas. Las emociones son, al fin y al cabo, la identidad de lo que somos, y todos los personajes de esta novela, imbuidos de la humanidad que les otorga el autor, beben de esas emociones en sus actos para bien, casi siempre y otras para mal propio o ajeno.
Narrar las dificultades de personas en lugares tan dispares y tiempos tan convulsos es uno de los logros de El hijo del doctor. Con un estilo directo y franco y una ausencia impuesta por su oficio de todo lo prescindible, viajamos por los sentimientos del coro de la familia Muñiz de una forma tan emotiva como amena. Los saltos temporales y las conexiones y desconexiones entre sus secundarios solo añaden interés a la trama que, lejos de centrarse en el misterio de Román, abunda en las dificultades que la gente sencilla ha encontrado es sus vidas durante este tiempo.
El hijo del doctor comparte con las grandes obras de siglos anteriores la facilidad de lectura, la entrega a las emociones de sus personajes y, algo que solo la literatura de calidad es capaz de hacer: desear tener un rato para seguir leyendo y a la vez sentir la pena de que la novela se esté acabando.
Una obra para leer y releer de forma lenta y pausada, quizás como el mate que sus personajes disfrutan, con un sabor y un calado que permanecerá en la mente y el corazón del lector mucho tiempo.