No es que la realidad supere la ficción… Simplemente, hay existencias que han nacido para ser noveladas. Es el caso de la primera reportera bélica española, injustamente olvidada, que contó cuatro guerras a pie de trinchera, firmó la primera traducción de Quo vadis? y llegó a ser propuesta para el Nobel de Literatura (esto último, acaso desproporcionado). Hasta el momento, sólo había leído el magnífico estudio de Rosario Martínez Martínez: Sofía Casanova. Mito y Literatura (Xunta de Galicia), pero es comprensible que a Martín Rodrigo -con las 800 crónicas a su disposición en el archivo de ABC- la trayectoria de esta gallega le supiera a tejido literario (quien esto escribe barajó un proyecto semejante)… ¿cómo sustraerse a semejante arsenal vivencial?
Existencia y ficción cabalgan juntas en estas páginas de quien se introdujo en recitales poéticos con Zorrilla o Campoamor (sería la segunda mujer que estrenara el Teatro Español con el aval de Pérez Galdós) y a quien Alfonso XII sufragó su primer poemario. En aquellos encuentros literarios conocería a su marido, el filósofo Wincenty Lutoslawsky, con quien se radicaría en Polonia… Pero el amor se tornó en humillación. Los delirios eugenésicos de su esposo, acrecentados por el nacimientos tres hijas (anhelaba ser el padre del varón libertador de Polska), terminaron por hundir a la escritora en un estado de sumisión y desánimo. Aquel magma fue el detonante para retomar su mundo de tinta. Tras algunas novelas (Sobre el Volga helado o El doctor Wolski) y no pocos viajes debido a los destinos del filósofo: Moscú, Londres, Kazán (donde él tendría como alumno a Lenin), Sofía se estrena como cronista de guerra desde la trinchera. Cubrió el estallido de la Gran Contienda para El Liberal -lo haría para El Imparcial, The New York Times y Gazeta Polska- hasta que Luca de Tena le propuso ser corresponsal de su periódico. Continuó: cubrió la revolución bolchevique y, desde la arrasada Varsovia, la tragedia de la II Guerra Mundial… Tuvo tiempo para sumarse a los sufragistas londinenses, pasearse por los salones de París, ser enfermera de campaña, entrevistar a Trostski o narrar la muerte de Raputín.
Sofía son muchas “sofías”. La conservadora que apoyaba -insospechadamente, a tenor de su vida- a Franco, la madre, la novelista, la poeta… y sobre todo, la delicada reportera. A todas ellas sabe englobar Martín Rodríguez en Azules son las horas -extraído de un verso de Casanova-, que sin abdicar de la fidelidad de la historia incorpora material avalado por los documentos. Cose con esmero su vida, desde su final nonagenario plagado de recuerdos en el lecho polaco del que no saldría jamás. Novela de interés, que se postula -en la estela de Strachey o Maurois- como el mejor vehículo para contar una gran historia. Su historia. Acaso… la mejor de las crónicas de Sofía Casanova, firmada por una compañera de verbo: Inés Martín Rodrigo.