
«Me llamo Camila y soy una mala persona».
Así comienza Un buen acto, la segunda obra que leo de Ángel Alonso, y puedo decir que tampoco me ha dejado indiferente. Lo terminé hace cinco días y necesité un tiempo para procesar todo lo que transmite, porque cuesta poner en palabras lo que provoca esta historia. El libro abre con un prólogo de Martha Barilari y se compone de 76 capítulos más los agradecimientos. En apenas 386 páginas, Alonso consigue mantenernos en vilo gracias a un giro inesperado, unos personajes llenos de matices y una escritura cuidada que merece ser leída.
La trama gira en torno a Camila, una mujer que cada miércoles acude al centro social, donde el padre Porfirio los recibe con café y una porción de tarta. Sin embargo, esta vez no es miércoles ni hay reunión: Camila busca al sacerdote para confesarle algo mucho más grave… un asesinato. Poco a poco, vamos descubriendo su pasado. Alonso revela la información con precisión, sin prisas, atrapándonos en cada capítulo breve, de apenas dos o tres páginas, que hace imposible soltar el libro. La narración se mueve entre la conversación con Porfirio y los recuerdos de Camila, que nos cuenta en primera persona cómo llegó a esas reuniones semanales y qué papel tuvo Ilena en su vida. Una de las cosas que más me hizo reflexionar durante la lectura fue una pregunta recurrente: ¿Hoy hice algo un buen acto? ¿Cuál fue ese acto?
Cabe destacar que Alonso también es autor de Lo que quedó de nosotras, publicado también por Manic, y que recomiendo leer antes de este. La edición de Un buen acto refleja el mismo esmero: desde la maquetación hasta los detalles de la portada, que invitan al lector a descubrir a Camila y a preguntarse, al final, si lo suyo puede considerarse un buen acto.