
Con la publicación de La balada de Holt disponemos ya de las seis novelas escritas por Kent Haruf, incluyendo la publicada póstumamente, Nosotros en la noche, que sería llevada al cine e interpretada por Robert Redford y Jane Fonda. Se completa así un ciclo narrativo que, con el imaginario Condado de Holt como representación paradigmática de los núcleos rurales del Medio Oeste Americano, nos regala una serie de personajes inolvidables, conmovedores unos por su generosidad, detestables otros por su cruel egoísmo, admirables otros más por su lealtad o nobleza, pero todos absolutamente humanos en su lucha por obtener de la vida algo parecido a sus sueños.
Junto a los personajes principales de las novelas se mueve toda una legión de vecinos de Holt, Colorado, a veces con una aparición fugaz, pero siempre presentados con su nombre y apellido, más de un centenar en su famosa Trilogía de la llanura a la que precede cronológicamente La balada de Holt. Con esa detallada nómina, que recuerda a la que, de forma paródica, suele desplegar Laura Fernández en sus textos, y que se ciñe casi exclusivamente a los habitantes del condado, Haruf consigue dotar a estos de individualidad y resaltar su pertenencia a una comunidad cerrada donde todos se conocen.
Contribuye a esa sensación de proximidad y familiaridad la reiterada presencia, a lo largo de toda su obra, de personajes como el sheriff del condado, el doctor del pueblo, algunos propietarios de comercios y factorías, o los encargados de ciertos servicios.
Entre sus dos primeros libros y el resto de su obra se aprecia un cambio significativo de registro en el narrador: mientras que en las últimas el narrador omnisciente crea una distancia aséptica que excluye cualquier tipo de valoración dejando que sea el lector el que juzgue a los personajes, las dos primeras obras, El vínculo más fuerte y La balada de Holt, hacen uso de una primera persona beligerante, cuyas opiniones posicionan al lector.
Ambos textos tienen en común, además, una estructura similar: al comenzar la narración encontramos al sheriff custodiando a una anciana, en el primer caso, y encerrando a un antiguo vecino, en el segundo. A partir de ahí un largo flashback nos pondrá al tanto de las posibles culpas y fechorías que parecen perseguirles.
Estamos en los ochenta, y ese vecino, Jack Burdette, ha regresado después de ocho años de ausencia en un Cadillac rojo, cuando la policía hace ya tiempo que le perdió la pista. Pero a pesar del tiempo transcurrido parece que algunos vecinos no han olvidado ciertos asuntos. Haruf impone a su narrador Pat Arbuckle, periodista de la gaceta local, la tarea de contarnos su propia historia y la del problemático Jack desde la infancia. Admirado en el pueblo como jugador de fútbol americano, Jack no acaba de encauzar su vida entre timbas y correrías con los amigos, mientras que Pat, su compañero desde el colegio, vive la efervescencia política del campus universitario y escribe en el periódico estudiantil.
Pero no es el momento histórico o el entorno social lo que define el relato, lo que le interesa a Haruf son sus personajes, cómo se relacionan y soportan, cómo empatizan y se protegen entre ellos, cómo sobrellevan la dureza del trabajo en el campo o las miradas torcidas de los vecinos intransigentes, cómo consiguen, en fin, levantarse tras el golpe más cruel o redimir los pecados que algunos les imputan.
Desde los dos protagonistas, hasta la paciente novia de Jack o la traumatizada pareja del narrador, pasando por casi medio centenar de secundarios perfectamente perfilados, los personajes de Haruf componen un paisaje humano tan creíble y sólido como emotivo, y la lectura de La balada de Holt resulta una forma excelente de adentrarse en él.
Rafael Martín