A los actos conmemorativos del final de la Segunda Guerra Mundial, hace ahora ochenta años, se une el mundo editorial con la publicación de textos como Gente de Hitler, del reconocido historiador británico Richard John Evans, especialista en la historia del Tercer Reich.
El libro, lejos de ser un refrito más, destaca por el empleo de material original reciente, documentos como las cartas de Himmler reunidas por una sobrina nieta y publicadas en 2014, o el segundo volumen de sus diarios de trabajo que vieron la luz en 2020; los diarios de Goebbels, descubiertos por una historiadora alemana ocultos en los archivos del servicio secreto de la antigua Unión Soviética, o informes secretos nazis de reciente publicación. A eso hay que añadir el manejo crítico de la más actual bibliografía sobre el tema.
La obra se presenta como un conjunto de biografías independientes que admiten una lectura no lineal, didáctica en su configuración al permitir revisitar momentos y conflictos claves cada vez que alguno de los personajes interviene en ellos. Después de la semblanza del líder, que sirve para fijar esos hitos históricos, el resto de personajes o perpetradores, según los llama el autor, se ordena en tres grupos: “los paladines”, las figuras más destacadas del Reich, “los apoderados”, personajes en un segundo plano como Hess o Heydrich, y “los instrumentos”, responsables últimos de poner en movimiento la maquinaria, o simples “compañeros de viaje”.
Podría parecer, por su diseño centrado en las vidas de esos perpetradores, que el texto va a buscar en ellas unas desviaciones morales que permitan comprender las causas de un comportamiento tan inhumano y, de paso, acotar el colectivo de individuos a los que mancha aquel. Pero nada más lejos de las conclusiones a las que llega Evans: por una parte, quienes colaboraron activamente con el régimen eran gente normal de clase media educada, no enfermos patológicos, y por otra, la gran mayoría de ciudadanos era consciente de lo que estaba pasando.
Evans otorga la relevancia pertinente a los determinantes sociales y económicos, porque, para él “El contexto ideológico e histórico, a la postre, fue más importante que la psicología individual”. Detecta, por ejemplo, como factores impulsores de la amplia afiliación a las organizaciones nazis, el desempleo masivo a comienzos de los años treinta y, posteriormente, el temor a perder el puesto de trabajo. O concluye que el ascenso del Partido al poder solo fue posible por el apoyo de unas élites, incluidos los líderes empresariales, que compartían sus objetivos de derribar el régimen democrático.
Dedica el autor atención a aspectos poco conocidos, como las actividades de Ernst Röhm en Bolivia, los contactos secretos de Himmler con los Aliados al final de la guerra, o las torpezas del poco diplomático ministro de Exteriores del Reich Ribbentrop, como su respaldo al frustrado intento de secuestro del abdicado Eduardo VIII.
Y no se olvida de cuestiones más extravagantes como la creación del instituto pseudocientífico Ahnenerbe por parte de Himmler que, entre otras esotéricas actividades, envió a miembros de la SS al Tíbet en busca de los orígenes de la raza aria. O como la propagación, por parte del ideólogo Rosenberg, del bulo de la confabulación judía mundial a través del falso documento Los protocolos de los sabios de Sión; y su idea de deportar a los judíos de Europa a Madagascar.
Tampoco quiere obviar Evans la actitud condescendiente con el régimen de un Vaticano más preocupado, como las potencias occidentales, por los avances del comunismo y, como otras confesiones, por la amenaza de Hitler de privar a las iglesias del “impuesto eclesiástico”. Llama también la atención sobre la consideración como agravante, al juzgar a algunas guardianas de los campos de concentración, de la violación de las normas y actitudes de género esperables en una mujer.
Finalmente, Gente de Hitler resulta además pertinente en este tiempo de ascenso de figuras autoritarias, de violencia política, enfrentamiento ideológico y bulos descarados, las circunstancias y los métodos que, nos recuerda Evans, dieron paso a aquel desastre.
Rafael Martín