Al otro lado: Los relatos de Can Xue tienen la apariencia de sueños transcritos

Los relatos de Can Xue tienen la apariencia de sueños transcritos, reelaborados mediante un lenguaje sencillo que da forma accesible a una potente imaginería onírica. El lector no tiene más que dejarse llevar sin hacerse demasiadas preguntas, compartiendo la inquietud de los personajes, su extrañamiento ante lo incomprensible, sus deseos y miedos, todas esas sensaciones que nos acompañan en nuestras ensoñaciones nocturnas.

En un texto de 2017 que aparece como introducción a la edición española de su novela La frontera, la autora aboga por una escritura en la que el cuerpo, el inconsciente, se exprese con ayuda de la cabeza consciente, en una especie de lucha dialéctica cuya síntesis sería el texto: “Así pues, lo más importante para un artista auténtico o un escritor es concentrarse en su propio cuerpo (…) para forzarlo a que haga movimientos imprevistos. Con este fin tendrás que combinar en tu cabeza el espíritu racional y riguroso con el poder de la imaginación más desbocada e irracional que procede de tu cuerpo”.

Hace ahora un siglo, los surrealistas ya habían propuesto una versión asilvestrada de este proceso, en el que la consciencia solo intervenía para manejar la pluma al dictado del subconsciente: la escritura automática. Pero textos más recientes han mostrado también las posibilidades de una narración no pautada por la lógica de la vigilia. Es el caso de la Trilogía Involuntaria de Mario Levrero, de la extensa novela Los inconsolables de Kazuo Ishiguro, o de La investigación, de Philippe Claudel: en estas dos novelas nos adentramos además en territorio kafkiano, aquel en el que se muestra un hilo conductor, una motivación que empuja al desorientado pero perseverante protagonista. 

La originalidad de Deng Xiaohua, verdadero nombre de la autora china, es trasladar estas construcciones occidentales a un entorno propio. Aquí lo hace partiendo de una invitación: la de pasar ‘Al otro lado’, título de la colección y del primero de los diez relatos que la componen. En este caso, la división entre las dos realidades toma forma de un muro: en un lado las cocinas comunales, en el otro, la oscuridad en la que habita un grupo que, entre el rechazo y la aceptación, recibe al decidido protagonista.

Las extrañas e imprevisibles arquitecturas están presentes en varios textos: una casa cuyas paredes y techos se expanden o menguan, con escaleras que suben interminablemente, que incluso puede tomar la forma de un pulpo. Un estudio fotográfico con pasillos oscuros y puertas que pueden desembocar en sitios insospechados, donde una novia acompaña al protagonista en su búsqueda de un antiguo humedal. Un edificio de oficinas abandonado en el que una niña sigue a su admirada amiga en la oscuridad, mientras una columna de luz se pierde en las alturas.

Territorios a veces siniestros, pero a veces también objeto de la nostalgia de los protagonistas, casas y barrios que habitaron y por los que ahora se mueven a la tenue luz de las farolas, interactuando con los más extraños personajes, o con otros conocidos que ahora los ignoran; campos de colza crepusculares en los que puede aparecer un leopardo; acantilados de los que surge una luz cegadora. Un despliegue de imaginación incontrolada en el que los más descabellados detalles vienen a subvertir una normalidad arrinconada.

Otros textos, en fin, adquieren el tono de cuentos o leyendas en los que el lector tiende a buscar algún tipo de enseñanza o moraleja. Así, el de la reina reverenciada por los aldeanos, visitada subrepticiamente por algunos en su viejo palacio, o vislumbrada con su vestido blanco a la luz de la luna en el pedregal de la playa desierta. O la historia del joven que sobrevuela con su globo aerostático el pueblo de su familia mientras anhela tocar Venus. Mi consejo, sin embargo, es que no busquen demasiado, sumérjanse y naden: en la superficie seguirá, inocente y ajena, la arrogante realidad.

Rafael Martín