Esta debía ser una reseña alegre. La llegada de un nuevo especial olimpiadas era siempre motivo de alegría, igual que los especiales de los mundiales de fútbol, baloncesto, etcétera. Pero, por desgracia, este especial París 2024 será recordado como el número inacabado del maestro Ibáñez.
Como bien señala Pérez Reverte en ese maravilloso homenaje en forma de prólogo que acompaña a esta obra, Francisco Ibáñez hizo lectores a muchos de nosotros. Aún recuerdo con cariño como cada lunes, por la mañana temprano, cuando mis padres me dejaban en casa de mi abuela para llevarme al colegio, me esperaba un ejemplar de Mortadelo y Filemón que había comprado en el quiosco el día anterior.
No podía esperar, y antes de acudir al colegio, me repasaba las viñetas sin leer los bocadillos, solo para que me diese tiempo de verlo todo lo antes posible. Ya después, de vuelta del cole, me llevé más de una bronca por agarrar el tebeo antes de acabar los deberes, pero es que era superior a mis fuerzas. Hoy día conservo todos y cada uno de esos tebeos, no solo por el valor sentimental que albergan, también porque me siguen arrancando risas al releerlos. Afortunadamente, actualmente oigo a mis hijos reír con las mismas historietas. Eso le debemos al gran Ibáñez, que generación tras generación sigamos disfrutando de su obra.
Bruguera ha tenido la maravillosa idea, y detalle, de brindarnos este último trabajo del maestro a pesar de estar inacabado. Me remito de nuevo al prólogo de Pérez Reverte cuando señala el bonito gesto de la editorial por darnos la oportunidad de asomarnos al taller del artista. y es que este tomo es eso, una ventana al taller del dibujante al que todos admiramos.
En sus hojas podemos ver los trazos que realizó en sus últimos días, porque no podía faltar a su ya obligada cita con las olimpiadas. Con una portada en tapa dura en la que aparece un dibujo a lápiz de referencia, encontramos en su interior, después de la emotiva «Nota del editor» y el ya mencionado prólogo, los maravillosos trazos de Francisco Ibáñez. Se trata de los dibujos definitivos antes de entintar. Vemos como dividía la hoja de papel en las diferentes viñetas que compondrían cada página, y los bocadillos en blanco, a excepción de las famosas onomatopeyas que daban dimensión a la retahíla constante de golpes y trastazos que recibían nuestros personajes favoritos.
Estos bocadillos están vacíos a la espera de ser rellenados por los textos de la máquina de escribir del propio autor, pues era así como realizaba la labor desde hacía ya décadas. También incluidos en el ejemplar, aparecen en forma de guión, lo que complementa no solo la historieta, sino la forma de trabajar del autor. Así la experiencia es completa. Se siente uno casi voyeur. Acostumbrados a leer sus obras acabadas y a todo color, aquí casi somos intrusos destapando su forma de trabajar, pero ese rubor se nos pasa rápido, porque prácticamente es descubrir cómo trabajaba alguien a quien sentíamos tan cercano, casi como a un familiar.
El sentido del humor no decayó en ningún momento, y las bromas repetidas nunca se nos hicieron pesadas, es por lo que esta historieta nos sigue pareciendo fresca, y los chistes los captamos como inéditos. Ese humor blanco y entrañable, cuyo vocabulario ha pasado a ser parte de nuestro habla cotidiano. ¿Quién no ha llamado a algún amigo merluzo en un momento dado? Pero esas risas quedan atascadas en el nudo que se forma en nuestra garganta al llegar a la página 44.
De repente no vemos nítidos a nuestros héroes de andar por casa. Se tornan meros bocetos. Es esto lo último que dibujó el gran Ibáñez. Reconocemos a la pareja de detectives, pero no son más que los trazos iniciales antes de darles la forma reconocida.
De estos últimos rasgueos nos habla otro grande como es Jordi Canyssá —autor de Ibáñez. El maestro de la historieta—, con un hermoso homenaje en forma de epílogo, desgranándonos los trazos del maestro (me niego a usar de nuevo el adjetivo «últimos»).
La emblemática editorial demuestra, al entregarnos este tomo con este formato inacabado, saber lo que significó Francisco Ibáñez para todos los que crecimos acompañados de sus personajes. Con este bonito homenaje nos lo hace aún más cercano. Nos recuerda que su obra es inmortal y que seguirá divirtiendo a las siguientes generaciones.
Gracias por tantas risas y buenos ratos, Maestro de la Historieta.