Hoy día hay mucho que leer. Las estanterías están abarrotadas de novedades que dejan pronto de serlo porque hay mil obras más esperando poder usar esa etiqueta. Lo que no abunda tanto es la buena literatura. Hallamos infinidad de lecturas que no buscan más que entretenernos, y lo consiguen, pero los leemos como si de una cadena de montaje se tratase. Acabamos, y a por otro, para un tiempo después no recordar la mayoría, e incluso confundir unos con otros. Son muy pocos aquellos libros que nos marcan; esas lecturas que apartamos un momento de nuestros ojos y exclamamos un guau a la vez que intentamos asimilar ese pasaje que ha viajado directamente desde los ojos al corazón. Que venga ella es uno de esos pocos elegidos.
Para Pepa Gorostidi, esta es su primera novela, pero ya venía con los deberes hechos, puesto que tiene una amplia experiencia dentro la poesía y el mundo del relato. Esta madrileña, licenciada en Filología Hispánica, llevaba años fraguando Que venga ella, y al leerla se percibe esa dedicación que se le ha empleado y que, como el buen vino, su resultado es tan gratificante como embriagador.
En ella narra en primera persona la vida de Marisa, un pequeña de seis años de edad que crece en Madrid durante la posguerra, en este caso no es más que el telón de fondo, puesto que la joven pertenece a la burguesía madrileña. Pero que gracias a esta ambientación, Pepa nos muestra el contraste de dos mundo tan diferentes como unidos. La vida de aquellos que no sufrieron carencias en tan señalado periodo, como el servicio, personas humildes que huían del hambre trabajando en casas en las que la carestía no tenía lugar.
Tras la muerte de su hermana mayor, Tere, la niña verá como su mundo, al que creía inamovible, como nos ocurre a todos cuando somos niños, se desmorona, y lo que creía seguro se le antoja incierto.
A medida que pasan los años verá como su vida no es como la de los chicos de su edad que la rodean, puesto que las consecuencias que marcaron su niñez forman una pesada losa que no solo no la dejará avanzar, sino que la arrastrará a un pozo de desesperanza del que no cree poder salir.
Su narración en primera persona es un acierto, desarrollamos una mayor empatía hacia la pequeña que nos cuenta el mundo a través de esos ojos infantiles, donde las cosas que hacen los adultos nos parecen tan raras y que en la mayoría de las veces creemos ser los culpables de tales comportamientos. Esta narración va haciéndose más adulta a medida que la protagonista crece, pero sin abandonar esa inocencia que nos conmueve.
La narrativa no es lineal. La autora va tejiendo la vida de Marisa y del resto de los personajes adelantándonos en el tiempo; nos lleva al pasado y volvemos al presente. Gracias a estos recursos se va desentrañando la maraña, descubriendo lo justo en cada momento, consiguiendo una historia completa y coherente que de otro modo no habría resultado tan esclarecedora. Pepa construye así una trama que nos atrapa, pero sin que el lector se pierda en ningún momento.
Estos hilos se entrelazan como lo hacen las vidas de los personajes que los habitan. Historias de abandono y ausencia en las que los muertos dan más compañía que los vivos. Logra que esos pequeños trazos sobrenaturales formen parte del día a día. Vidas que rebozan nostalgia al igual que la novela reboza melancolía.
Se nota que la autora está curtida en el mundo del relato, y de ello somos conscientes en esas vivencias que presentan a los personajes a través de incisos que cobran protagonismo como si de historias independientes se tratasen. La mayoría de ellas protagonizadas por mujeres que a pesar de su fortaleza se conforman con el lugar que les ha atribuido la época que les ha tocado vivir; otras no, otras se revelan contra ese status quo con el que no están de acuerdo. Vidas que se entretejen formando un todo, al igual que en la vida donde todos somos quienes somos por las experiencias compartidas. Soliloquios redundantes, en apariencia triviales, que nos dicen más entrelineas que en lo testimoniado, que esconden verdades y sentimientos encontrados.
Personas marcadas por la pérdida de seres queridos, la mayoría de las veces descendientes, esa incongruencia antinatural en la que no solo el finado es el que abandona la vida.
Todo narrado con un estilo pulcro y sencillo que convierten la pluma de Pepa Gorostidi en un placer a la hora de leerla.
Novela destinada a los que echan de menos una lectura que trascienda más allá del puro entretenimiento, literatura que nos hace pensar, pero sobre todo sentir. Y recordad el nombre de su autora: Pepa Gorostidi, porque si el universo es justo, pronto volveremos a oír su nombre.