Uno se siente muy pequeñito cuando reseña libros de autores tan grandes y respetados como Luis Mateo Díez. Miembro de la Real Academia Española desde 2001, donde ocupa el sillón «l», y único autor de lengua castellana en obtener en dos ocasiones el Premio Nacional de narrativa. Con más de cincuenta libros entre novela, poesía, teatro… Como para no sentirse uno pequeñito.
Su nuevo libro es un homenaje al cine en forma de recopilatorio de recuerdos. Y no nos referimos al cine como arte, aquí concretamente lo que ha plasmado Luis Mateo es una oda a aquellos locales donde disfrutó de las imágenes sobre fondo blanco, a los que acudir era un acontecimiento más emocionante que la propia película en sí.
Gran aficionado, no en vano también se atrevió con el guión cinematográfico, nos muestra en su libro un puñado de cines en los que vivió aventuras en los que el límite del patio de butacas no se distinguía del otro lado de la pantalla. Cada capítulo lleva el nombre de cada local al que acudió o aquellos que los recuerdos más le marcaron.
Ya con el comienzo nos evoca una de las escenas más emocionantes que se repite una y otra vez en cualquier cinta de acción que se precie. Hablo de una emocionante persecución, que a mí personalmente me ha traído a la mente aquella protagonizada por un joven Ewan McGregor que plantea al espectador qué es una vida “normal”, en la ya clásica Trainspotting.
Todo el libro son recuerdos que llaman a la nostalgia pasados por el filtro del cine; o tal vez es la nostalgia la que se engalana de recuerdos cinematográficos. Esos pensamientos se funden con las proyecciones formando un todo sin que sepamos dónde empieza uno y dónde termina el otro. Llegando a la conclusión de que lo acontecido en el patio de butacas roba protagonismo a lo proyectado al resultar mucho más interesante.
A través de estos relatos correremos aventuras rocambolescas mimetizándonos con marcianos “peliculeros” que nos abducirán; encarnaremos a valientes voluntarios de la legión extranjera que han de atravesar desiertos; rescataremos a pobres víctima de submarinos mientras volcanes erupcionan, o seremos pacientes de algún pervertido doctor adicto al lamido del fonendoscopio. Todo tan loco, emocionante y variado como lo que podamos ver en esos lugares sagrados donde el tiempo se detiene y dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en infinidad de personajes al igual que cualquier actor que por reconocido que resulte, se convierte en el personaje que interpreta, porque de eso trata el séptimo arte: de la evasión de la realidad.
Suficiente he hablado ya en otras reseñas de la maravillosa editorial Nørdica, y aun así sigue sorprendiendo. Nos ofrece libros dignos de exhibir en la parte más visible de nuestras estanterías. En El limbo de los cines, este librito pequeño con un formato en tapas duras tan bonito como su contenido, los relatos se complementan con las ilustraciones del gran Emilio Urberuaga. Ilustrador archiconocido por ser quien le dio rasgos a Manolito Gafotas, de Elvira Lindo, a pesar de ser su obra numerosísima. Apreciado por esos trazos sencillos que encierran tanto, y que aquí se ha alejado de su blanco y negro habitual, dotando de color los bonitos dibujos que refuerzan las historias de Luis Mateo.
Leer este libro es toda una experiencia gracias a sus relatos tejidos con recuerdos transcurridos entre el patio de butacas y la pantalla y aquellos a medio camino entre ambos que nos arrastran y nos atrapan en ese limbo al que alude el título, como a infantes sin sacramentar con los que únicamente tenemos en común la inocencia innata al vernos maravillados ante la pantalla en la que se proyectan los sueños.