Mucho se habla de escritores prolíficos como Stephen King o Ken Follet —nombro a estos dos a modo de ejemplo por publicar recientemente sus últimos libros y su repercusión mediática— pero haciendo patria, podemos presumir de que nosotros tenemos a varios autores que cumplen esta norma. Quizás uno de los ejemplos más claros sea Arturo Pérez-Reverte. La principal característica que tiene en común con los anteriores es la capacidad de atreverse con cualquier género y salir airoso.
Dentro de su bibliografía me he divertido tanto con los enigmas que plantea como con los hechos que desarrolla en distintas épocas de la historia. Precisamente es con la novela histórica con lo que más me hace disfrutar. Por motivos personales, que no vienen al caso, es «El asedio» mi novela favorita de este gran autor.
Escritor accesible para todos los públicos, ya que realiza su labor sin hacer alarde de su saber, transmitiendo sus historias de forma natural y sencilla, carente de pomposidad. Pero a la vez deja ver su gran cultura y dedicación a su trabajo, dejando notar arduas jornadas de investigación, que ligadas a su experiencia dan como resultado todas esas obras redondas.
Leyendo el título de su última novela, editada por Alfaguara, no hay que ser un genio para ver que se trata de un evidente homenaje a uno de sus escritores de cabecera como puede ser Sir Arthur Conan Doyle. «El problema final», de título homónimo a uno de los relatos protagonizados por el mítico detective, deja más que claro lo que podemos encontrar entre las páginas su último libro. Una novela en la que se nota que el autor se ha divertido mucho a la hora de escribirla, hecho que transmite y contagia al lector. Que disfruta con este género también queda patente en la dedicatoria a Pierre Lemaitre, uno de los mejores autores de novela negra actual.
Conociendo la figura pública del autor, presumo que la idea de esta obra surgió del hastío que produce la burbuja actual de novela negra que pueblan las librerías hoy día. Este arma de doble filo, donde el aficionado tiene mucho donde elegir, pero que a la vez puede producir hartazgo de casos de asesinatos difíciles de resolver donde un protagonista, ya sea por su mente privilegiada o por meras casualidades, desenmascara al homicida de turno. Ya digo que estas elucubraciones son de cosecha propia, pero quiero pensar que Pérez-Reverte da un toque de atención con el que nos señala que aquellos pioneros del género aun sobresalen entre tanto escritor de género que no va más allá de la imitación. Es al menos mi impresión cuando el protagonista departe con otro de los personajes que la esencia misma de este tipo de novelas «trata de estimular la inteligencia o la emoción del lector […] el público ahora es menos exigente. Era distinto en tiempos de las novelas -problema, que tenían más reflexión que acción… Y digo tenían porque están pasadas de moda: Demasiados imitadores de Doyle devaluaron el asunto…»
Y no solo se trata de un homenaje del emblemático investigador, en la novela descubrimos alusiones a grandes pioneros del género como son Agatha Christie, Edgar Allan Poe —considerado el creador del policíaco— o Gaston Letrox.
Aquí nos narra como un actor que vislumbra el declive de su carrera —inspirado explícitamente en el actor Basil Rathbone, que interpretó hasta en catorce ocasiones al célebre detective. Evidencia más clara es la bonita portada de la novela, en la que podemos ver el rostro del actor—, la cual ha brillado siempre por la encarnación del famoso detective de Doyle, vivirá una serie de acontecimientos que lo empujarán a interpretar una vez más al personaje que lo encumbró, puesto que el imaginario colectivo de los que lo rodean en semejante aventura le otorgan la responsabilidad de averiguar quien está detrás de estos hechos, por la mera casualidad de haber ejercido de Holmes en la pantalla.
La elección de la profesión del personaje principal sirve para facilitar, al igual que al resto de personajes del libro, la aceptación de que un actor asuma la labor de investigador sin plantearnos que dicho papel le quedé grande. Otro de los aspectos más atractivos de esta novela es la sucesión de anécdotas que enumera el protagonista que compartió con innumerables pobladores del Hollywood dorado, entre los que se encuentran actores, actrices y directores de sobras conocidos por todos nosotros. Al tratarse el protagonista principal de la encarnación del actor real Basil Rathbone, no cuesta imaginar que la mayoría de ellas sean ciertas, al menos eso quiero creer.
La narración en primera persona también evoca a la voz con la que Arthur Conan Doyle dotaba al doctor Watson en su obra. Completando la ilusión cuando uno de los personajes asuma la personalidad del sempiterno ayudante.
Este clásico «whodunit» encierra mucho más de lo que parece, puesto que se puede considerar un análisis exquisito del noir; un manual excepcional de la estructura y funcionamiento de la novela negra, como si de unas instrucciones que hubieran urdido los grandes del género se tratara. Detalle que lo apuntala es la alusión en esos diálogos tan bien construidos que rozan la cuarta pared, haciéndola temblar y creer por momentos que se derrumbará.
Novela que se disfruta y se lee sin dar tregua, tanto por su tamaño como por su estilo adictivo y que nos anima a seguir disfrutando del género mientras podamos, porque como dice esa suerte de doctor Watson que aparece en su páginas: «Me gano la vida con el género que está de moda, y seguiré haciéndolo hasta que todos escriban novela negra y la saturación aburra a los lectores». Afortunadamente siempre podremos regresar al origen, donde permanecerán esperándonos los clásicos.